Es inevitable hablar sobre las conclusiones que se desprenden de las elecciones autonómicas de Cataluña. Unas elecciones que desde Moncloa pretendían ser plebiscitarias y de alguna forma han sido el reflejo de la política de Pedro Sánchez desde que en el 23-J perdió las elecciones frente a Alberto Núñez Feijóo, pero, como en otras ocasiones, logró encaramarse al poder con el apoyo de los independentistas y filoetarras. Un guión que se reescribía a diario según las exigencias de un prófugo, Carles Puigdemont, en paradero reconocido y que por los miedos a no gobernar de Sánchez nadie ha ido a por él, como sí prometiera Sánchez hace años, como órdago electoral en 2017, traerle y enchironarle. Una liebre más para sus votantes que, como con todas, ha incumplido. No importa, el PSOE es consciente de que sus votantes son una recua de tontos útiles abducidos por la palabra talismán de socialismo y les da igual que les mientan o les meen en la pechera, si quienes lo hacen son ellos mismos, los socialistas.

Barajando datos, observamos algunos... Por ejemplo, que la participación ha sido una menguante representación ciudadana del 58%. A mí, personalmente, me parece muy preocupante, porque en una región española que se encuentra en guerra civil -entiéndase la idea-, debido a sus insistentes políticas que dividen a su población, es poco comprensible que algo más del 40% no se movilice para querer cambiar las cosas. ¿Son ciudadanos aburridos y que, descreídos de la democracia, no quieren saber nada de los líderes que les pueden representar? ¿Hay un escepticismo tal en la política que se dan por vencidos y asumen los resultados, porque saben que todo cambiará para que todo siga igual? ¿Son ciudadanos temerosos de que su voto se termine conociendo y sean perseguidos, repudiados o marginados, y prefiere vivir en el mal conocido, antes de que les toque sobrevivir en algo peor?

La realidad sociopolítica que se muestra después de los resultados es que, a grandes rasgos, Cataluña pierde adeptos en los grandes centros urbanos al cuento del independentismo, pero los que siguen creyendo en ello se han radicalizado más, especialmente en la zona rural. También, que el PSC, con Salvador Illa, ha recogido el guante de los charnegos, que no pueden evitar tirar de las raíces de sus ancestros, es otra realidad. Una realidad llena de espejismos que, en una huida hacia delante del independentismo, creen que los socialistas van a reconducir a Cataluña a la ansiada paz misericordiosa, es decir, la amnistía, que les traerá la armonía y el paraíso que ellos creen tener bajo sus pies.

Lo importante para Sánchez es no perder su aforamiento porque, con bulos o sin ellos, le espera la espada de Damocles más allá de la presidencia, y fuera hace frío, mucho más de lo que se imagina

Frente al independentismo y la progresía profética del partido socialista, está la derecha, que ha crecido y, en cualquier caso, hace acto de presencia con una fuerza inusitada desde Alejo Vidal-Quadras primero y, más tarde, con Xavier García Albiol. Un crecido Alejandro Fernández, ha hecho retornar al Partido Popular a los viejos tiempos donde el PP en Cataluña tenía cierto sentido hasta que José María Aznar lo diluyó por meros tacticismos de poder con Jordi Pujol, cuando ambos hablaban catalán en la intimidad. También Vox rompe su techo electoral, no solo no ha menguado como muchos deseaban, sino que ha crecido en número de votos, aunque no hayan sido los suficientes para darles un escaño más. Sin embargo, ha demostrado que tiene fuerza y que su presencia y su mensaje calan entre la población, quizá la más joven que ven timoratos que el futuro de su tierra se llena impunemente de inmigrantes ilegales ante la dejadez de la izquierda buenista, que permanente echan un pulso cultural y ven cómo les ganan la partida.

Pedro Sánchez tiene un problema: el triunfo de su egopolítica le mata de éxito. Sabe que la moneda tiene dos caras: La Moncloa o Cataluña. Sabe que, si no cede ante las exigencias del fugado Puigdemont, le costará la moqueta de Moncloa, y que para otoño se verá convocando las elecciones. Lo malo de esto es que a este tipo se le ocurre convocarlas el día de Navidad, todos ahítos de turrón y champán. Si cede y permite que el PSC se abstenga para que Junts sea quien gobierne Cataluña en minoría, le demostrará de forma efectiva que es un pelele, el niño de los azotes en manos de un niño malcriado, dispuesto a romper la baraja cada vez que pierda el juego. Lo importante para Sánchez es no perder su aforamiento porque, con bulos o sin ellos, le espera la espada de Damocles más allá de la presidencia, y fuera hace frío, mucho más de lo que se imagina. Por lo que si tiene que sacrificar a Illa, lo hará; y si tiene que demostrar al mundo que quien gobierna es Puigdemont, tampoco le importará mostrarlo a su pesar si con eso sigue de okupa en el poder.

Pero, ¿y Cataluña? ¿Qué sucede con sus habitantes, sus empresas, su imagen internacional? Como con los crímenes, normalmente se llevan la fama y los titulares los asesinos, mientras que las víctimas quedan relegadas a la sombra de la noticia. Como en otras ocasiones he dicho, las víctimas son las damnificadas directamente por el delito, pero también víctimas indirectas, los familiares y amigos. Aquí sucede lo mismo. Los políticos pervierten la razón con ideologías e intereses personales desde el poder que ostentan. Hacen del despropósito su afán de vida y los ciudadanos son carne de cañón, los que sufren su mala gestión, sus decisiones y tácticas de dominio. Los votantes son el medio para alcanzar el poder, que es su objetivo-tendencia por encima de todo.

Diez razones para ser de centro (Almuzara), de Manuel Calvo Jiménez. Hay que volver a la cordura, olvidarnos de las polarizaciones sociales, romper la sociedad para sacar rédito de una sociedad adocenada en la sinrazón y acrítica. Como dice este libro en su introducción: «El centro tiene la meta prefijada y el ideal de defender el equilibrio, la democrática convivencia, el bien común y preservar la libertad como elemento amalgamador en la sociedad». Un libro amable, para reflexionar.

La mentira como arma  (Alianza editorial), de Daniel J. Levitin. Como dice el autor, «la verdad sí importa. Una era de la posverdad es una era de irracionalidad deliberada, que se opone a todos los grandes avances de la humanidad y la mejor defensa contra los embusteros taimados, la defensa más fiable, es que todos nosotros nos convirtamos en pensadores críticos». Este libro nos proporciona herramientas y estrategias para valorar la información y ver que muchas cosas simplemente no son como se nos dice.

Por qué dejé ser nacionalista (LibrosLibres), de VV.AA.  Nueve catalanes de referencia por sus destacadas referencias públicas y profesionales se confiesan y dan paso a unos testimonios que debieran hacer pensar a todos los que lean estas páginas, excepto los que asumen el discurso ajeno con el prejuicio de “es un facha”. Catalanes que han huido de su tierra, como lo han hecho también miles de empresas, que no quieren volver mientras la apisonadora nacionalista siga imponiendo unas normas que van contra las leyes básicas de la libertad.