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El progresismo es el rostro chusco de la modernidad. Esta ideología intenta convencernos de que cualquier avance nos sitúa en el progreso social, mientras que quien no lo sigue, es visto como un retrógrado, etiquetado con estereotipos que ya no afectan a los conservadores. Sabemos que ser conservador no significa ser franquista ni fascista. Un conservador defiende la familia natural y la vida desde la concepción hasta la muerte natural, en contraposición a los progresistas, que abogan por la diversidad homosexualista y justifican el aborto y la eutanasia.
Hablemos de progresismo en acción. Recientemente, el Ministerio de Igualdad ha lanzado la campaña "Vamos a hablar de pornografía", que alerta a padres, profesores y orientadores sobre la fácil accesibilidad a la pornografía para los niños desde edades tan tempranas como los ocho años. Aunque esto no es nuevo, y lo traté en Somos Libro, la idea de la campaña parece buena, pero verán que es insuficiente. Está más que demostrado que la pornografía crea una adicción letal en la persona que la consume y también emocional respecto a los que están en su ámbito familiar, laboral y social. Máxime con aquellos que están relacionados con su afectividad.
El Ministerio, que cuenta con un gran presupuesto económico y alfombra roja a lo ideológico, alerta sobre los daños de la pornografía, mientras que promueve clases de educación sexual desde Primaria, con enseñanzas sobre el uso del propio cuerpo y del de los compañeros, así como las supuestas virtudes del autoplacer y la masturbación compartida.
Este es el mismo Ministerio que promueve cuentos infantiles por drag queens y enseña a niños sobre otras posibles familias, contradiciendo en muchos casos los valores familiares de los padres. También es el Ministerio que, bajo la dirección de Irene Montero, defendía que los niños podían disfrutar del sexo si era consensuado con adultos. Incluso ha impulsado leyes sobre transexualidad, que generan confusión en los menores, que terminarán siendo esclavos de las farmacéuticas de por vida, al tiempo que promueve el aborto como un derecho fundamental.
Aunque no conozco el costo de esta campaña, su influencia en la sociedad parece limitada y no aborda el problema de manera efectiva. Es cierto que la pornografía llega a nuestros hijos de forma casual o buscada porque la tienen al alcance de un clic, sin ningún filtro, sin ninguna responsabilidad para el que emite y sí, con una gran carga de daño emocional y psicológico para quien la recibe, y ojo, tenga la edad que tenga. Pero existen otras formas que complementan a la campaña de publicidad y hacen que la solución sea más eficaz a la hora de prevenir el acceso de los menores a la pornografía, como la implementación de sistemas de verificación de edad, algo que ya han propuesto o aplicado algunos países. Se podrían exigir métodos de identificación, como escanear el DNI, antes de acceder a sitios de contenido adulto, y regular más estrictamente estas páginas, sancionando a las que no cumplan las normativas.
Y la frase de la ministra que no tiene desperdicio: “Nuestros niñas, niños y adolescentes se exponen a contenidos pornográficos explícitos, violentos, deshumanizados y que perpetúan los estereotipos de género patriarcales humillantes hacia las mujeres”. O sea que el porno es heteropatriarcal…
En algunos países, los proveedores de internet bloquean automáticamente estos sitios y el usuario debe solicitar el desbloqueo, algo que en España aún no ocurre y podría ser factible dado que supone una preocupación importante por parte del Ministerio. Además, el Gobierno, que suele sancionar con rapidez en otros ámbitos (DGT o Hacienda, p.ej.), podría aplicar el mismo rigor en la protección de menores en internet.
Si bien la tecnología es útil, esta no puede sustituir la responsabilidad principal de los padres en la educación de sus hijos. Hablar con ellos sobre lo que ven en internet es fundamental para que comprendan la diferencia entre el amor, el sexo sano y la deshumanización que se presenta en la pornografía.
Por esta razón, es esencial que los padres utilicen herramientas de control parental, como Qustodio, Norton Family o Net Nanny, que bloquean sitios de contenido pornográfico y además permiten monitorear la actividad en línea de sus hijos. Los dispositivos también ofrecen configuraciones de control, como Windows, macOS, Android e iOS. Los proveedores de internet pueden filtrar el acceso a páginas pornográficas y extensiones de navegador como uBlock Origin o AdBlock Plus, que ayudan a bloquear contenido no deseado. Además, activar Google SafeSearch o utilizar DNS como OpenDNS o CleanBrowsing ofrece protección adicional.
Las campañas de concienciación pueden ser útiles para involucrar a padres y educadores en el control del acceso a internet de los menores, pero la señora Ana Redondo se queda corta en su propuesta, ya que no ofrece soluciones verdaderamente efectivas. Les invito a leer la nota de prensa de la campaña, pues no tiene desperdicio. Frases como “seis de cada diez de los adolescentes ve pornografía, iniciando su consumo a los 8 años (…)”. Además, también señala que “el 90% de los padres y madres cree que sus hijos e hijas no ven porno”, lo que convierte a los padres en culpables pasivos de la inacción real que podría hacer el Gobierno, aunque sólo sea por su frase favorita de “por su seguridad”. Y la frase de la ministra que no tiene desperdicio: “Nuestros niñas, niños y adolescentes se exponen a contenidos pornográficos explícitos, violentos, deshumanizados y que perpetúan los estereotipos de género patriarcales humillantes hacia las mujeres”. O sea que el porno es heteropatriarcal… Lo que no sé cómo habrá que catalogar el porno lésbico, entre los cuatro primeros tipos más visto de todos.
La trampa del sexo digital (Almuzara), de Jorge Gutiérrez Berlinches. La pornografía no es lo que era. El sexo, tampoco. Niños con doce años que acceden a vídeos eróticos, chicos de veintidós con disfunciones sexuales, mujeres en la treintena con la autoestima destruida por la adicción de su pareja. Este libro te dará las claves para educar sin miedo, sin tabúes, con claridad y respeto. No hay preguntas difíciles, solo hay respuestas en las que no has pensado y gracias a estas páginas las vas a descubrir.
Smartphone (Rialp), de Stefania Garassini. La autora invita a padres, profesores y educadores a valorar con atención los motivos por los que valdría la pena esperar, aunque el entorno, el mercado y la moda defiendan a menudo otro punto de vista. Lejos de demonizar un instrumento de enorme potencialidad, Garassini invita a usar el teléfono inteligente... de un modo inteligente.
La generación ansiosa (Deusto), de Jonathan Haidt. En este nuevo libro, Haidt se ocupa de la emergencia de salud pública que afecta a los adolescentes. La generación que llegó a la pubertad alrededor de 2009 desarrolló su autopercepción en el marco de cambios tecnológicos y culturales profundos, como el uso extendido de los smartphones y de unas redes sociales adictivas. Como consecuencia de ello, les ha tocado crecer en una especie de mundo virtual sin interacciones con personas de carne y hueso; y mientras los adultos comenzaron a sobreproteger a esos niños en la vida real, los dejaron involuntariamente desamparados en el brutal universo online.