Lucas Buch, que acaba de publicar "Tiempo de Esperanza", un libro post-coronavirus. Se pregunta si el Covid se trata de un castigo de Dios o es una oportunidad para un mundo nuevo
Decía San Agustín que no conocía a ningún hombre que no aspirara a la felicidad. Esto es lo que me recuerda Tiempo de esperanza, el pequeño libro que ahora concluyo y al que ya me he referido en estas pantallas.
Libro corto, que en pocas palabras se puede decir más que en muchas, obra de Lucas Buch, un sacerdote joven, para mí desconocido hasta hoy, y que estoy seguro dará poco que hablar y mucho que pensar.
Su obra me recuerda a Teología y Sensatez, una de las que más me marcó de joven, porque es un canto al sentido común, que es la virtud intelectual perdida en el último cuarto del siglo XX. Si Teología y sensatez te enseñaba a recuperar el imprescindible binomio entre espíritu y materia, raíz de todo pensamiento, Tiempo de esperanza te ayuda a comprender la aún más actual e imprescindible elección entre la alegría y la tristeza, entre la esperanza y la amargura, entre el abandono en manos de Dios o el suicidio... que es la marca de este siglo XXI. Por decirlo así, te proporciona razones para la alegría.
Podríamos resumir la sensación, unívoca e inequívoca, del mundo actual de esta guisa: el desastre nos espera, no podemos evitarlo, así que todo va bien.
Y esto porque, si la depresión es la característica más reseñable del actual siglo XXI y el precitado suicidio, en constante aumento, supone la consecuencia lógica y la marca de fábrica de esa depresión, también lo es que las cosas empiezan a estar claras entre la luz y las tinieblas... y cada cual debe elegir. De hecho, llega un momento en que todos nos vemos forzados a elegir.
Por decirlo así: en el siglo XXI la cuestión vital se ha vuelto ineludible.
Esa cuestión vital se plantea así en la vida de cada hombre: ¿con Cristo o contra Cristo? En el siglo XXI, la cohabitación con el bien por la mañana y con el mal por la tarde se ha vuelto casi imposible, Y ojo, Dios es misericordioso pero exigente.
El objetivo de la vida no es ser sabio, es ser feliz. Pero no puede haber mucha felicidad con poca sabiduría. Esto no lo dice Lucas Buch pero lo inspira... y es la marca de fábrica de muchos sacerdotes jóvenes
Dicho de otra forma: es fácil entender el mundo moderno. Simplemente vivimos una etapa fin de ciclo en la que sólo cabe... o el abandono en las manos de Dios o la desesperación.
Todo ello sin perder de vista otro punto de sentido común que abandonamos en el enloquecido siglo XX: el objetivo de la vida del hombre no radica en ser sabio sino en ser feliz. Otra cosa es que sin verdad, por tanto, sin sabiduría, caigamos en la necedad del tonto feliz. Pero, créanme, considero que, en la sociedad de la información, en la sociedad de internet, esta ignorancia culpable se está volviendo cada vez más extraña. En la sociedad de la saturación informativa es cierto que puede haber mucha confusión pero también más posibilidades de aclarar esa confusión, a golpe de clic.
Esto no lo dice Lucas Buch pero lo inspira... y es la marca de fábrica de muchos sacerdotes jóvenes, que constituyen toda una esperanza, tras la crisis del sacerdocio de finales del siglo XX. El único problema de estos excelentes sacerdotes jóvenes es que son pocos.