San Pablo VI, cuya festividad celebramos días atrás, fue el Papa que cerró el Concilio Vaticano II y que dejó su impronta papal con Humanae Vitae. Lanzada dos meses después de la orgía del Mayo Francés, la encíclica, que, pese a las muchísimas presiones que sufrió antes de ser promulgada, en julio de 1968, certificó el no a la píldora anti-baby. Y esto porque el ser humano comienza la vida en la fecundación y termina en la muerte, a ser posible natural, no provocada. 

San Juan Pablo II publicó las mejores encíclicas del siglo XX. A destacar, Fides et Ratio y Veritatis Splendor, ambas dedicadas, no sólo a la compatibilidad sino incluso a la complementariedad entre razón y fe.

Por su parte, Benedicto XVI calcó en Caritas y Veritate la necesidad de introducir en el ser racional los conceptos vitales: el hombre no puede vivir si no es en verdad y en caridad. La verdad existe y la caridad es indispensable. Dios es amor y su creación debe serlo.

Pues bien, para Francisco han quedado dos encíclícas pendientes: la una dedicada a la ideología de género. El Papa actual le ha dado muchos palos, afortunadamente, al veneno de la ideología de género (no me refiero al mariconeo en los seminarios). En lenguaje porteño, Francisco ha dicho reiteradamente que el 'gender' no es admisible, más que nada porque nadie nos ha pedido permiso para nacer y consecuentemente, tampoco para nacer hombre o mujer, alto o bajo, listo o tonto, guapo o feo, rico o pobre: nos nacieron y en paz.

Tampoco vendría mal una encíclica sobre los delitos de odio, porque con ese nuevo fenómeno jurídico extendido por todo el mundo en tiempo récord, se ha violentado una de las verdades primeras, no ya de la jurisprudencia, sino del cristianismo: no hay que confundir delito con pecado o acabaremos por confundir pecado con delito y terminaremos, porque la fe sea pecado... y delito.

Ejemplo: que se esté multando y deteniendo a la gente por rezar es la demostración de que hemos entrado en una nueva etapa de barbarie. Y urge que el papa Francisco proteja a los católicos con su palabra.