La degradación urbana no parece preocupar a ningún partido político… pero ilustra muchas cosas
Caminar por las aceras de algunas ciudades españolas da bastante fatiga. La mugre, falta de higiene, junto a deposiciones de mascotas y kilómetros de meados en las esquinas son parte del arte urbano que dan cuenta de la estampa que exporta el país. Sin hacer falta ser Goethe diríamos que el olor a orín ha pasado a ser el nuevo aroma nacional en su más amplio sentido.
La sensación de degradación urbana y urbanística trae a la memoria la desidia e impunidad que vive el país con sus gobernantes. Ni los más acérrimos nacionalistas impiden tanta degradación urbana, ni el “tasazo de la basura” sacado de la manga del gobierno lo va a impedir por mucho que Europa haya negado que sea una exigencia comunitaria.
Cada vez hay más hedor político y callejero caracterizado en unos casos por los vómitos en las aceras, excrementos en las esquinas, restos del paleolítico mascador en las aceras e invasión de coches subidos al paso del transeúnte. Hay tramos peatonales asediados por postes de la luz, señales de tráfico, árboles disecados y un montón de adoquines que recubren los escasos perímetros reservados al riego que imposibilitan transitar a pie sin ceder el paso, tirar del carrito de la compra o conducir un cochecito de bebé bajo la amenaza de los vehículos, las motos, los patinetes y el chatarrero ambulante a ritmo de reggaeton tirando del carro del super.
No hay distinción de clase en esta ofensa a los contribuyentes al portador. El urbanismo de las calles hace tiempo que se esfumó, al igual que la ética y el buen hacer de nuestros políticos, que han convertido sus debates, sus legislaciones de tapadera y sus embustes en una frustración mundana mientras los peatones observan estoicamente cómo se degrada por mirar a otra parte la convivencia, el estado de la vía pública, del callejero y del espacio común a pesar de tanta recaudación.
Las huellas de las micciones caninas y humanas tal vez sorprendan a muchos de los turistas extranjeros que pasean por España sin entender el comportamiento social de los españoles. Sabemos que es insoportable el olor despedido, los sólidos que dibujan el paisaje peatonal, que ennegrecen el pavimento, los bajos de fachadas, las esquinas, el mobiliario urbano y oxidan los equipamientos metálicos.
El ADN español está tan mutado que como las aceras ya aguanta, traga y tolera todo esto y mucho más sin rechistar
Hay calles donde los ingeniosos vecinos decoran las esquinas con garrafas de agua para espantar las mascotas en sustitución del azufre y la lejía ya prescritos por su impacto ecológico. Se ha puesto de moda sacar a pasear al animalito con una botella de agua en la mano para diluir el orín. De las heces mejor no hablamos pese al esfuerzo de los más aventajados. Pero aún así los restos arqueológicos del presente no desaparecen con facilidad a pesar de la podemita ley de protección y bienestar animal y la estampa emula la suciedad ennegrecida del debate político y los abusos de los legisladores.
Hay peatones como políticos sinvergüenzas que ya no intentan encubrir sus deposiciones, escupitajos, goma de mascar, colillas, basura, grafitis y hasta vómitos gastronómicos sin ningún tipo de descaro. Las papeleras es otro invento para sociedades más civilizadas. A nosotros nos gusta bajar la ventanilla y desprendernos de algún residuo molesto o depositar la bolsa de basura a los pies del contenedor. Llenar de colillas las aceras incluso en zonas de descanso de centros sanitarios o zonas verdes en plena sequía con riesgo de incendio no atiende al parecer tampoco a clase social.
Transitar por tanto por algunas de las ciudades en barriadas nuevas o más antiguas puede dar casi un aturdido soponcio. Pobre de ti como se te caiga algo al suelo, el peligro de infección no lo elimina ni el más puro salfumán. Este ácido es el que deberíamos aplicar a la casta política por su sinvergonzonería y prácticas de corrupción intolerables en democracia.
Pero el ADN español está tan mutado que como las aceras ya aguanta, traga y tolera todo esto y mucho más sin rechistar. Hay conatos de protestas y manguerazos de agua pero insuficientes a todas luces. La degradación de la vida pública, pasos peatonales, calles como en política no tienen paragón en democracia. Tanto que festejamos la muerte en cama de Franco estos días, pero en su tiempo uno guarda en la memoria que el civismo parecía más acusado que en democracia, ahora que somos libres gracias al PSOE (partido sisador a los obreros españoles) como reza en un mural con spray.
Mientras tanto, las calles orinadas se han colonizado de violencia, de otras costumbres y de sujetos con machete. Por eso se hace arriesgado verbalizar hoy en día un pensamiento abiertamente. Se corre el riesgo de ser descalificado si va contra el Mainstream o de que te azote la mascota de compañía.
España -y el resto de Europa- está siendo colonizada tanto por la basura descomunal como por una cultura intransigente con los valores occidentales como es el Islamismo. Cuando salimos del portal de casa, nos preguntamos en voz baja: ¿Hemos de tolerarlo? ¿Y admitirlo? ¿Se debe combatir o asumir con resignación? Luego claman al cielo por el auge de partidos patriotas a los que llaman de todo menos bonito.
Si la suciedad tercermundista en las aceras provocada por nuestros animales domésticos se ha normalizado como parte del cambio climático, parece que vamos por el mismo camino en otros ámbitos y hasta que no demos respuestas, las cifras se disparan a 25 millones de musulmanes en Europa y 30 de mascotas sólo en España.
Como decía Goethe: “Si cada uno limpiara su acera, las calles estarían limpias”. Presumiblemente hoy el poeta alemán del siglo XVIII sería tildado de facha como Elon Musk por nuestros reaccionarios medios y políticos del progresismo woke. Olvidamos que pese a tantos impuestos, tasazos y leyes ad hoc como la “Ley Begoña” no nos despierta la tempestad y el empuje (Sturm und Drang).
La tolerancia de la sociedad civil al cada vez mayor abuso de poder, dedazos y encubrimientos forman parte de nuestro paisaje urbano. Como también los viejos adoquines de la herencia franquista, cuya estampa se ha vuelto el artículo de exportación de moda en la red de embajadas españolas y del Instituto Cervantes en el mundo. La ley de memoria histórica que pretendía acabar con el recuerdo de Franco, no puede vivir al parecer sin él.
@IgnacioSLeon