Decía el líder irlandés Charles Parnell, que "los países protestantes son más fáciles de gobernar pero si son mal gobernados no tienen remedio". La primera parte de la frase la firmarían hoy hasta demasiados españoles. Uno imagina Nueva York -un horror para vivir- y la compara con las capitales hispanas, un México o una Bogotá, y ya ha decidido dónde está lo mejor. Y así es, desde que España renunció a su tarea evangelizadora pero no antes. Las primeras universidades no se crearon en lo que hoy es Estados Unidos sino en lo que hoy es México, Perú, etc.

Y lo más importante: cuando lo anglosajón colonizó -esta sí que fue una colonización lamentable- Iberoamérica impuso el mismo sistema de sociedad dual que Inglaterra y Holanda, los dos focos de irradiación protestante, impusieron en el mundo colonizado: los buenos colonizadores y los retrasados indígenas no debían mezclarse. Eso era algo feísimo. Por contra, la Hispanidad practicó el mestizaje y hoy existe la raza hispana que no la raza anglo-india.

La hipocresía anglosajona tiene un ejemplo meridiano: los paraísos fiscales. Apenas hay paraísos fiscales en la Hispanidad: ¿por qué será?

Sacudámonos el yugo anglosajón. Somos católicos e hispanos, debemos vencer a la fuerza con la razón y a la razón con el amor. Esto sí que es difícil. Y de paso, sacudámonos nuestros complejos frente al mundo anglosajón, cuyo único Dios es el dinero y cuya religión es el protestantismo calvinista, un universo capitalista racista, especulativo y, aquí sí, despiadado. Ojo, con capitalismo especulativo de mercado o con el capitalismo confiscatorio de Estado, que viene a ser lo mismo. El caso es que el hispano confía -o confiaba- en Dios, el anglosajón en el dinero.

Con nuestro habitual rasgado de vestiduras, en España arremetemos contra el compatriota que ha defraudado a Hacienda unos pocos cientos de euros, en el mundo anglosajón han normalizado -legalizado nunca, eso sería pecado- los paraísos fiscales, otorgándoles soberanía nacional. Y ahí la elusión fiscal no es de miles, sino de millones de euros. Y si no, caso de Holanda y Luxemburgo, que han convertido una democracia de la Unión Europea en un paraíso fiscal cuando conviene y para quien conviene.

Ver al Rey de España inaugurar el Mobile (que no tenía que llamarse Mobile) en inglés produce un cierto sonrojo: es como el cateto que acude a la gran ciudad vestido de hortera para aparentar elegancia

Para que España, o Italia, o Portugal, o buena parte de Francia, vuelva a imperar en el mundo -para el bien de la humanidad- necesitamos sacudirnos el yugo anglosajón. Un ejemplo: dejémonos de llamar a empresas y comercios con nominaciones en inglés y eludamos las grafías y fonemas en inglés. A lo mejor necesitamos que, al menos por una generación, los españoles empiecen a estudiar su historia, que es donde conocerán sus raíces y a sentirse orgullosos de algo más que de chapurrear inglés. Mismamente, de conocer a nuestros poetas. 

Por eso, ver al Rey de España inaugurar el Mobile (que no tenía que llamarse Mobile) en inglés produce un cierto sonrojo: es como el cateto que acude a la gran ciudad vestido de hortera para aparentar elegancia. Suele ser la víctima preferida por los estafadores. En España, y más el Rey de España, se habla español.