En medio de una creciente incertidumbre económica global y una Europa en transformación, el debate sobre el euro digital ha pasado de los círculos técnicos a las conversaciones cotidianas. Lo que está en juego no es solo una nueva forma de dinero, sino un cambio profundo en la relación entre los ciudadanos, sus ahorros y el Estado. Se trata de un movimiento conducido desde el nuevo relato progresista, globalista que pretende marcar el paso en Europa: del ahorro "ocioso" al capital dirigido.

Bruno Le Maire, ministro de Economía de Francia, lo expresó con claridad preocupante y, parafraseando al ministro, vino a decir que es inadmisible que el dinero de los ciudadanos permanezca "ocioso" en los bancos, sin estar "trabajando". Pero no nos llevemos a engaño, porque no se refiere, como podría pensarse, a fomentar el acceso libre al mercado para obtener rentabilidad. Se trata, más bien, de reorientar el ahorro privado hacia inversiones en empresas “estratégicas”, seleccionadas por los Estados o por la plutocracia que orbita alrededor de ellos. Inversiones donde se podrá ganar… o perder. Sin garantías, sin rescates, y con la sugerencia coercitiva de reinvertir constantemente los beneficios para que no estén de nuevo en estado ocioso.

Este paradigma no es nuevo, pero sí se ha intensificado. Si recordamos un poco, la crisis de 2008 desató una avalancha de liquidez. A esta le siguieron las políticas expansivas de los bancos centrales durante la pandemia y, más tarde, el conflicto en Ucrania, que sirvió para justificar una nueva expansión monetaria en nombre de la autosuficiencia energética y el gasto militar.

Ahora, con una Europa abocada a una economía de guerra, la necesidad de financiación estatal crece y, la deuda pública, también. Y ante la imposibilidad de encontrar suficientes compradores voluntarios para esa deuda, aparece una vieja solución con una nueva cara: la represión financiera.

¿Y qué es eso de la represión financiera? Pues algo que ya se están planteando cada vez más frentes financieros, incluida la banca, por supuesto, y no es más que mantener los tipos de interés reales pero negativos, es decir, que te cobra por tu dinero “ocioso” para dificultar el ahorro tradicional y dirigir el capital privado hacia objetivos definidos por el poder político. En este contexto, el euro digital se perfila como la herramienta definitiva. A diferencia del efectivo, es trazable, programable y, potencialmente, puede estar sujeto a tipos de interés negativos, ¡claro, por qué no!, sobre todo si el mango de la sartén lo tienen ellos. Esto qué significa, que mantener el dinero sin moverlo podría implicar una pérdida directa de valor.

Pero hay más. En ciertos modelos, como ya se está probando en China -aunque todavía no se ha puesto en práctica-, el dinero digital puede tener fecha de caducidad: si no se gasta en un determinado tiempo, desaparece. Así, se incentiva artificialmente el consumo o la inversión, eliminando el margen de libertad del ciudadano para decidir qué hacer con su dinero.

Además, si el euro digital se implementa plenamente, el Banco Central Europeo se convertiría en el depositario directo de nuestros fondos, dejando a los bancos tradicionales como simples intermediarios sin capacidad de maniobra real.

Este cambio exige una nueva arquitectura bancaria, la creación de una unión bancaria europea real, donde los bancos actuales, vistos como un obstáculo por su estructura privada y descentralizada, sean absorbidos o reconvertidos. El objetivo es formar una especie de confederación bancaria bajo control estatal o supranacional, reduciendo el número de entidades y facilitando el control del flujo de capitales.

El ciudadano se verá progresivamente empujado a "invertir" sus ahorros en sectores definidos por el poder político: defensa, transición ecológica, tecnología “verde”, etc. Se hablará de “inversión privada”, pero no será una inversión libre ni voluntaria. Se tratará de una movilización forzosa del ahorro, revestida de responsabilidad social o de emergencia global. De tal forma que, quien no participe será estigmatizado como un "enemigo del planeta", "cómplice de Putin" o "reaccionario". Agucen el oído, porque la narrativa ya está en marcha.

Pero, ¿y si el plan no funciona? Si el ciudadano no responde a estas señales indirectas, el siguiente paso será más directo: crear fondos soberanos europeos que gestionen esos recursos de forma centralizada. Así, el dinero de los ahorradores podrá ser canalizado, sin posibilidad de objeción, hacia los fines definidos por las élites político-financieras. El ciclo se completa cuando el Estado no solo condiciona lo que puedes gastar o invertir, sino que también limita lo que puedes guardar. Y todo bajo el paraguas de la estabilidad, la defensa o la transición ecológica.

Ante este panorama, conviene recordar una verdad básica: la propiedad privada comienza en el ahorro. Si el Estado puede decidir cómo, cuándo y dónde usar tu dinero, ha dejado de protegerte para convertirse en gestor de tu vida económica. El sueño tecnocrático no es nuevo, pero nunca había contado con herramientas tan eficaces para controlar a los individuos sin necesidad de violencia física.

Por eso, resulta urgente defender legalmente el derecho al ahorro, a la propiedad y a la libre disposición del propio trabajo. No como un lujo egoísta, sino como la base de cualquier sociedad libre. Cuando la política económica se convierte en ingeniería social, el siguiente paso no es la eficiencia, sino la servidumbre. Y si no trazamos límites hoy, mañana será demasiado tarde.

Dirigir y gobernar (LID) Luis Huete y Ichak Adizes. La diferencia de los políticos y los empresarios es clave, los empresarios buscan los resultados con eficiencia y los políticos solo sus resultados. A través de un análisis profundo, el libro explora la dualidad de estas dos funciones clave y complementarias, fundamentales para lograr resultados eficaces en el presente y asegurar el éxito y la sostenibilidad en el futuro. No lo leerán los políticos, pero usted sí.

El negocio de las armas en España (Almuzara) Antonio Fernández Estévez. Esta revolución política financia bien del desasosiego político y han descubierto otra vez que la guerra es el gran negocio de los estados. Este libro muestra la radiografía de un sector oscuro que llega al 1% del PIB de España, que mueve miles de millones de euros y que en 7 años pasará a doblar su porcentaje sobre el PIB, a demanda de los políticos.

Los poderosos (Sekotia) Marcos López Herrador. La élite global impulsa su propia revolución mediante un hipercapitalismo financiero que controla el mercado, la tecnología y la economía, y que, en consecuencia, somete a los ciudadanos. Incluso quienes se presentan como nuevos comunistas, acaban siendo instrumentos de esta dinámica, orientada a desmantelar el orden existente para dar forma a un nuevo modelo de mundo. Como dijo George Orwell: «Nada cambiará mientras el poder siga en manos de una minoría privilegiada».