Nos encontramos, queramos o no, ante un nuevo envite de los intereses globalistas: la guerra contra Rusia frente a la guerra de Ucrania. La táctica es sencilla: propagar el miedo a gran escala. La estrategia, aún más clara: construir un relato confuso que apunta en una única dirección: Putin es el mal, un mensaje repetido y amplificado por los medios de comunicación dependientes de las élites globalistas.

¿Qué nos salva, aunque sea parcialmente? Que cada día menos jóvenes consumen estos contenidos. Ya sea por desinterés absoluto en lo que sucede a su alrededor o por cansancio ante tantas mentiras, la juventud se aleja de la narrativa impuesta. Sin embargo, esta salvación es sólo parcial, porque la estrategia sigue haciendo presa en la parte más temerosa de la sociedad: las personas mayores. Ellos, sin acceso a las redes sociales, navegan el proceloso mar de la incertidumbre, expuestos a unas televisiones subvencionadas con dinero público, manipuladoras, carentes de moral y ética periodística. Su misión no es informar, sino desfigurar la realidad, reducir el pensamiento crítico y mantener a la audiencia entretenida con distracciones vacuas.

La estrategia sigue haciendo presa en la parte más temerosa de la sociedad: las personas mayores. Ellos, sin acceso a las redes sociales, navegan el proceloso mar de la incertidumbre, expuestos a unas televisiones subvencionadas con dinero público, manipuladoras, carentes de moral y ética periodística

Pero analicemos realmente el grito desesperado de "¡vamos a la guerra!", que enarbolan los cada vez menos líderes, o impuestos, europeos. Recordemos que, cuando comenzó la guerra de Ucrania en febrero de 2022, los satélites mediáticos europeos aseguraban que Rusia estaba acabada, que su armamento era obsoleto, que la población rusa se oponía al conflicto y que sus soldados eran violadores y asesinos. Sin embargo, tras cuatro años de guerra, nos encontramos con una Ursula von der Leyen desorientada, un Zelensky políticamente amortizado -cuya desaparición del mapa mediático es solo cuestión de poco tiempo- y la constatación de que Europa no tiene peso en las negociaciones de paz. Son Donald Trump y Vladímir Putin quienes marcan el rumbo de las conversaciones.

Estas negociaciones no son más que un escaparate tras el que se fraguan acuerdos internacionales geopolíticos, principalmente entre Estados Unidos y Rusia, con China como el actor cada vez más influyente. La nueva Ruta de la Seda está en sus manos gracias a su desarrollo tecnológico e industrial. Para muestra, basta con señalar que, según el diario económico Expansión, "Kia y Suzuki desbancan a Mercedes y BMW como reyes de la rentabilidad". Un simple ejemplo de cómo el mundo está cambiando.

La agenda de las negociaciones sigue un plan de 100 días, meticulosamente diseñado y ejecutado. En una primera fase, se sentarán a la mesa Rusia y Estados Unidos, pero no Zelensky, ya que Rusia no lo reconoce como presidente legítimo y Estados Unidos tampoco, dada la represión a la oposición, a la que mantiene en la cárcel, y la ausencia intencionada de elecciones. En la segunda fase, prevista para este año, se plantea un alto el fuego permanente, seguido de una conferencia de paz con la participación, ahora sí, de China y Europa. Es decir, Europa, que se ha dejado el dinero, que ha mermado sus capacidades energéticas, industriales y financieras, aparece como un invitado a mesa puesta, donde ni ha pinchado ni cortado nada en todo el proceso previo.

Esta Europa, que ha desdibujado la identidad de sus naciones, se ha desmilitarizado y ha permitido una inmigración que no se integra culturalmente, ¿a quién pretende movilizar para esta guerra?

Así es que el ciudadano europeo paga el precio de esta debilidad. Desde el inicio de la guerra, la inflación ha disparado los precios de la energía y los alimentos, erosionando el poder adquisitivo de las familias. Las dichosas políticas climáticas de transición ecológica impuestas desde Bruselas han encarecido aún más la producción industrial, favoreciendo la dependencia de bienes manufacturados de China y otras potencias emergentes. Todo esto con la complicidad de los grandes medios, que justifican el sacrificio económico como un "mal necesario" para frenar a Rusia, cuando en realidad es un suicidio económico autoinfligido.

A esto se suma la manipulación mediática. Desde el uso de imágenes fuera de contexto hasta testimonios sesgados, los medios han construido una realidad paralela en la que cualquier matiz crítico es silenciado. ¿Dónde quedaron aquellos reportajes sobre los crímenes del batallón Azov? ¿Por qué se censuran las manifestaciones de descontento en Europa? Todo está diseñado para mantener a la población en un estado de miedo y sumisión, evitando que cuestionen la dirección impuesta por las élites globalistas.

Esta Europa, que ha desdibujado la identidad de sus naciones, se ha desmilitarizado y ha permitido una inmigración que no se integra culturalmente, ¿a quién pretende movilizar para esta guerra? La respuesta es evidente: no habrá guerra, pero sí un intento de reafirmar su posición en un mundo que cada vez la considera menos relevante.

Entonces, sinceramente, ¿podemos confiar en que Europa haga algo efectivo contra Rusia? ¿Una Europa sin patria, sin ejército, con generaciones adormecidas y acostumbradas a repetir "No a la guerra" como un mantra? ¿O será que, bajo la excusa del conflicto, nos preparan para un nuevo acorralamiento fiscal? ¿Acaso los 800.000 millones de euros destinados a esta causa acabarán utilizándose en nuestra contra, como ya ocurrió con la crisis financiera de 2008, la pandemia del COVID-19 y ahora con esta "no guerra"?

Lo siguiente son nuestros ahorros, un paso más hacia la dictadura perfecta como será el euro digital. Pero de eso hablaremos en la próxima entrega.

El saber del ciudadano (Alianza Edit.), de Aurelio Arteta Aisa (ed.). Este libro explora las bases de la democracia: su esencia, justificación, funcionamiento y retos actuales. Destaca la importancia de un conocimiento político sólido para fortalecer la vida pública. Nadie nace demócrata ni puede considerarse plenamente formado en ella. La educación cívica permanente es clave para una ciudadanía activa y crítica, pues nuestra conducta política depende tanto de lo que creemos que es la democracia como de su potencial y deber ser.

La debacle de Occidente (Sekotia), de Eduardo Olier. Sin valores sólidos, Occidente enfrenta un declive evidente, donde guerras estratégicas y cambios geopolíticos reconfiguran el orden mundial, dando paso al auge de civilizaciones como la islámica, la ortodoxa y la oriental. En este sentido, la cultura occidental se cimentó en la expansión europea bajo el influjo cristiano, siendo inseparable de sus raíces. No obstante, el desprecio por ellas ha acelerado su decadencia, impulsada por el dominio globalista de EE.UU. mientras China emerge como rival inesperado.

La guerra de los mundos (Anaya), de Bruno Tertrais. Estamos entrando en una nueva era donde las potencias emergentes desafían el orden global. China y Rusia buscan redibujar el mundo, desafiando a Occidente en una guerra que abarca desde Ucrania hasta Taiwán, el ciberespacio y los mercados estratégicos. No es solo un choque de bloques, sino de visiones: una liberal y otra autoritaria. En este escenario incierto, Occidente enfrenta un dilema: resistir su declive o aprovechar sus fortalezas para imponerse. Con algunas salvedades, el ensayo aporta interesantes ideas.