Hemos insistido, pero convendrá volver a hacerlo, en que "la fecundación in vitro constituye la gran estafa de nuestro tiempo" y una de la mayores barbaridades. A pesar de que goza de muy buena reputación. Pero ahora hay que verlo desde los padres, padres biológicos, porque también tiene su historia paralela.

Si promulgamos trasparencia, dos tercios de las señoras que donan óvulos dejarían de donar y la mitad de los donantes de esperma, también. Eso es como decir: si se publicaran sus nombres, la mitad de los ladrones dejarían de perpetrar robos

Hasta Televisión Española se ha tenido que ocupar de asociaciones de hijos de fecundación heteróloga que braman contra la normativa actualmente vigente en España, según la cual no pueden saber quién es su padre y su madre. Son hijos de un donante de esperma o de una donante de óvulos y, qué cosa más curiosa, ahora salen, los muy impertinentes, con que exigen saber quién es su padre o su madre de verdad, o sea, el biológico: ¡inadmisible!

Un empecinamiento ilógico este de querer saber quién es mi padre o mi madre. 

Hay que prohibir el donante anónimo, sea de esperma o de óvulos. Ya saben: ese niño que veo por ahí puede ser mi hijo

Todo responde a la nueva degradación de los progenitores que venden su cuerpo, perdón, sus óvulos o su semen, mi identidad genética, en una especie de prostitución de la identidad genética, que rompe la cadena de solidaridad más fuerte entre generaciones. ¿Cuál es el fundamento de la familia? El sexo. Pues con la FIV no hay sexo. Sólo hay óvulos y semen a cambio de dinero.

Y ahora viene lo bueno: esas asociaciones de hijos sin padre, y a veces sin madre, exigen la precitada trasparencia. Y entonces es cuando escucho a una especialista FIV asegurar que eso no puede ser porque, claro, dos tercios de las señoras que donan óvulos dejarían de donarlos y la mitad de los donantes de esperma, también. Eso es como decir: si se publicaran sus nombres, la mitad de los ladrones dejarían de perpetrar robos.

Hay que prohibir el donante anónimo. Ya saben: ese niño que veo por ahí podría ser mío. Ya puestos, yo prohibiría la barbaridad llamada FIV, pues tener hijos no es un derecho, es un don y un deber. O, al menos, como política de mínimos, que se fecunde un solo óvulo, no 10.