La pasada semana la Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, una de las leyes estrella del Ministerio de Igualdad, fue aprobada definitivamente en el Congreso de los Diputados
La pasada semana la Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, una de las leyes estrella del Ministerio de Igualdad, fue aprobada definitivamente en el Congreso de los Diputados. Y una vez más y como ya es costumbre en las Leyes de Irene, se hace ley desoyendo las recomendaciones de los expertos. Irene no ha escuchado ni a la progre ONU, que ha advertido de las consecuencias de la Ley. Tampoco se ha escuchado a los médicos: cambias tu cuerpo por completo, pero un médico, que es quien tiene que operarte, no tiene sentido que diga nada.
Uno de los puntos más polémicos de la Ley es que se permitirá la autodeterminación de género, es decir, el cambio de sexo en el Registro Civil sin necesidad de informe ni tratamiento médico a partir de los 14 años. Si se trata de personas menores de dieciocho años y mayores de dieciséis podrán pedir la rectificación del sexo de forma autónoma, y entre catorce y dieciséis años, lo podrán hacer, pero asistidos por su padre, madre o tutor legal. En cambio, entre los 12 y los 14 años se necesita una aprobación judicial y el juez puede pedir las pruebas que considere necesarias.
Así, elimina cualquier informe o diagnóstico médico o psicológico que acredite su disforia de género y la necesidad de haber recibido un tratamiento de hormonas de al menos dos años. Una vez más, Irene no hace caso de las alarmas con casos reales como el que denunciaba Juana, madre de Éric: "Ningún psicólogo trató a mi hijo y ahora está muerto". Éric dijo que era trans al ver unos vídeos, su madre le apoyó, pero ningún médico le trató, al valer tan solo la opinión de la persona trans, Éric no tuvo que ir a especialistas para comenzar con su hormonación, seis meses después, se suicidó. A lo que hay que sumar que cada día se conocen nuevos casos de personas trans arrepentidas de su transición.
Por ejemplo, Francisco, el padre de un joven trans que se suicidó, ha hablado en Cope. Su hijo se llamaba Juan Antonio Martínez Silveira, aunque, cuando transicionó hacia mujer, se hacía llamar Kendall, tenía 21 años. Francisco atiende al medio y cuenta que a Juan lo adoptaron de Chile junto a sus cuatro hermanos, él era el pequeño y su padre asegura que era "muy cariñoso y con mucha creatividad y sensibilidad, con un don para todo lo artístico".
En la adolescencia su carácter cambia y empieza a estar confuso y se autolesiona en alguna ocasión: "Esto va a más y se intenta quitar la vida, dice que oye voces que le dicen lo que tiene que hacer y acabamos en el hospital con un diagnóstico psiquiátrico, que le dice que tiene un trastorno límite de la personalidad y episodios histriónicos. Todo lo magnifica, hasta el punto de que está metido en una realidad virtual", explica Francisco.
"En un segundo ingreso que tiene, hacemos una de las visitas y se arma un follón tremendo porque él está muy violento. Al día siguiente recibo una llamada y nos dice que ya ha encontrado un motivo para vivir, dice que quiere ser mujer".
"El proceso de transición no llegó a completarlo totalmente, empezó con la hormonación más adelante, lo empezó y el resultado no fue lo que esperaba. Se implantó pecho, aunque le causó muchos problemas. Me llamó llorando diciendo que tenía un dolor tremendo y tenía una cosa muy clara, que nunca se operaría los genitales".
Pero la cosa empeoró cuando su padre se percató de que el personal sanitario apoyaba la disforia de género, pero no atendían el diagnóstico de salud mental previo: "A lo único que se atiene todo el cuadro médico era el sentimiento que él mostraba y deseaba, y él lo único que quería era un sueño, ser este tipo de mujer. Se le han ido cayendo todos los pilares sobre los que el basaba su vida".
Supuestamente su hijo estaba bien y feliz porque había comenzado su proceso, pero Francisco comprobó que no era así de la peor manera posible: "Hace una llamada, no hay nadie y al día siguiente me llaman de la Policía Nacional diciéndome que habían encontrado el cuerpo de mi hijo, que se había quitado la vida. Sabemos el infierno que ha pasado en la tierra, y que está en el Cielo porque el infierno lo vivió aquí".