Los tiempos del Anticristo no precisan aspavientos ni locuras
Velaba yo mis primeras armas periodísticas en Pamplona, en la desaparecida Gaceta del Norte, donde conocí a un viejo periodista de La Gaceta que solía repetir el siguiente latiguillo:
-¿No me crees? Pues has de saber que yo sólo miento en el periódico.
Y no se refería a que mintiera en la redacción: sólo cuando publicaba. No eran tiempos maravillosos aquellos años ochenta del pasado siglo pero si alguien practicaba la ironía no se le llevaba a los tribunales por delito de odio. Quizás, también porque el delito odio nació en España con un tal Zapatero (2004-2011).
Pues allá va, aunque sepan que a mí me ocurre lo propio: yo sólo miento en el periódico y me guío por aquella máxima sobre la gaya ciencia del siglo XXI, la contabilidad: “El 90% de las estadísticas son falsas. Ésta, también”.
Pues como resulta que ya estoy un poco harto de las sonrisas congeladas con las que se recibe cualquier alusión al fin de los tiempos -que no es fin del mundo- o al Anticristo -que no precede al Juicio Final sino a la Segunda Venida de Jesucristo-, he decidido no citar a ningún profeta del momento, sino al Catecismo de la Iglesia católica.
Ahora todo está claro entre la luz y la oscuridad y cada cual debe elegir
Esto del Anticristo no es un invento de iluminados sometidos al análisis de Newtral, maldita.es y otros verificadores que nos salvan de las tinieblas y nos atraen a la luz del conocimiento verdadero. No, el Anticristo no es un invento ni materia surgida de panfletos obtusos escritos por desequilibrados profundos para profundos tarados, sino que figura en el mismísimo Catecismo de la Iglesia católica (punto 675). Ahí va:
“Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el ‘misterio de iniquidad’ bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)”.
Ahí, en el catecismo vigente, en la doctrina misma de la Iglesia, se encuentra la definición de esa etapa final previa a la segunda venida de Cristo, cuando la Iglesia deberá pasar por una prueba final. Es decir un fin de ciclo, que no fin del mundo, que es distinto. Un fin de época que termina con la Segunda Venida de Cristo y que buena parte de la literatura mística interpreta como la Nueva Jerusalén pero, ojo, aquí, en la tierra.
El catecismo también describe el cómo: “una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad”. ¿No les suena? El mundo de ahora mismo, ¿no les recuerda aquello de “cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.
Finalmente, el Anticristo, expresión que nuestros diputados suelen emplear para mofarse de los cristianos -sabios que son ellos- y como prueba de irrenunciable modernidad. Habla el Catecismo de que esa época previa a la Segunda Venida vendrá marcada por la “impostura religiosa suprema (que)es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”. Y la traducción, en 2021, parece claro que es la profanación de la Sagrada Eucaristía, lo que en la Biblia conocemos como la abominación de la desolación que podrá pasar, por la supresión del sacrifico eucarístico desde dentro de la propia Iglesia y la sustitución por la adoración de la Bestia, mentor del Anticristo, que será, miren por donde, un pacificador que vendrá a poner orden en un mundo convulso. Eso sí, a cambio de que le entregues tu voluntad, o sea, tu alma.
En los tiempos del Anticristo no hay que hacer cosas raras, sino lo mismo de siempre, pero no vale no elegir. Estamos en el bando vencedor
Todo indica que estamos en esa era en que se cumplen “los tiempos de las naciones (LC 21,24)”.
Mucha gente está viviendo en esta y con esta cosmovisión, tan políticamente incorrecta pero tan palpable. No lo confiesan salvo a quien puede comprenderles, pero esa discreción se debe al ambiente naturalista en el que nos movemos. Ya saben: el naturalismo, esa doctrina nacida para negar la ley natural.
Los que estamos convencidos de que estamos en los tiempos del Cristianismo, cuyos hitos marca el Catecismo de la Iglesia Católica, que data de 1992, de anteayer, sabemos que, si hablamos claro seremos tomados por locos o, peor aún, por reaccionarios. Pero créanme: somos multitud creciente los convencidos de que vivimos una etapa fin de ciclo, así como en la mayor crisis de la historia de la Iglesia.
Y si esto es cierto, ¿qué tenemos que hacer? Pues exactamente lo que hacemos ahora mismo pero, eso sí, un poquito mejor, según corresponde a la urgencia de la situación. Quiero decir que no vale con el abotargamiento de los tiempos ‘normales’. Este momento de la historia exige compromiso, según pauta marcada, hace ahora 80 años, cuando la contemporaneidad empezaba a consolidarse, por un ‘jovial periodista’ llamado Gilbert Chesterton, mismamente en la hora de su muerte: “Ahora todo esta claro entre la luz y la oscuridad y cada cual debe elegir”.
Los tiempos del Anticristo no precisan aspavientos ni locuras. Tampoco son tiempos tristes, porque entonces hay que recordar las palabras de alguien mucho más elevado que Chesterton: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.
En los tiempos del Anticristo no hay que hacer cosas raras, sino lo mismo de siempre, pero no vale no elegir y, siempre, siempre, optar por la gratitud y la jovialidad. Lo parezca o no, estamos en el bando vencedor.