'Cuento de Navidad' de Charles DIckens
Cuando una mentira se ha convertido en verdad colectiva, aceptada por todos, es el momento de regresar al origen, porque sólo desde el principio puede enmendarse una mentira aceptada y generalizada. Peor aún si esa mentira se ha convertido en prejuicio.
Valga el exordio como advertencia. Ya saben, yo soy de los que amenazan con escribir un artículo a la menor provocación. Y esta no es menor. Estoy hablando de planificación familiar, de la píldora anti-baby, estoy hablando, como diría Luis Eduardo Aute, de los hijos que no tuvimos, los que se esconden en las cloacas y presienten que el día que se avecina viene con hambre atrasada.
Volvamos a las verdades que no queremos escuchar. Una de ellas es que todos los anticonceptivos que se dispensan hoy en las farmacias son abortivos o potencialmente abortivos. La Píldora del Día Después, o anticonceptivo de emergencia, por supuesto. Toda píldora de ahora mismo puede actuar antes o después de la concepción, antes o después de que ya exista un ser humano con un código individuado, distinto del padre y de la madre. O sea, con un solo desliz y/o revolcón.
Compréndanlo: los laboratorios farmacéuticos que las fabrican no pueden permitirse fallos, no pueden arriesgarse a que su producto fracase, no pueden admitir que la mujer que adquiere su producto quede embarazada.
Es una de esas verdades primeras que, además, la gente no está dispuesta a creer. Pues lo repito: todos los anticonceptivos presentes hoy en el mercado son potencialmente abortivos. Bueno, salvo el condón, que tan sólo es una cochinada.
Segunda verdad: incluso los métodos naturales, no abortivos, más difíciles y costosos de administrar y con algún que otro fallo, entre otras cosas porque la naturaleza humana ha sido creada para procrear, no para ser estéril, no son otra cosa que un mal menor… que debe ser reservado para cuando no haya otro remedio que demorar la paternidad. Pero ojo, cuando no hay otro remedio.
El salario maternal es justo y necesario, pero no basta para aumentar la natalidad. Para tener hijos hay que desear tenerlos… y este es el principal problema económico de nuestro tiempo
Lo bueno es tener muchos hijos, todos los hijos que se pueda, a los que entregar la vida… que es como se vive a fondo, es cuando la persona se realiza… como decíamos en los años ochenta.
Y así, el salario maternal, que tanto reivindicamos en Hispanidad, es justo y necesario, pero nunca bastará para aumentar la natalidad. Para tener hijos hay que desear tenerlos. Ninguna subvención puede sustituir a esa cosmovisión, vitalista y alegre, de la paternidad deseada, de dar la vida por los hijos. Y la vida sólo se gana cuando se da.
Por cierto, no olvidemos que la natalidad constituye el principal problema económico de nuestro tiempo: una pirámide invertida de población que reduce nuestra productividad y dispara nuestros gastos en pensiones y en sanidad.
Si hablamos claro y pensamos en consecuencia nos sentiremos mucho mejor.
Oiga, ¿y se puede vivir sin anticonceptivos? Pues claro que se puede, como lo ha hecho la humanidad hasta 1960, más menos, cuando se popularizó la píldora. Con la conciencia libre de homicidios, con los hijos que no tuvimos liberados de las cloacas.