La pasada madrugada del día 21 de enero falleció mi madre, a los 93 años. Fue una vida larga, llena de momentos duros y felices, como la de todos. En sus últimos años, su salud se fue deteriorando, lo que añadió sufrimiento físico a su camino. Perder a una madre es una experiencia única en la vida de cada persona, pero su trascendencia va mucho más allá. Se marcha el origen de nuestra existencia, la razón por la que estamos aquí, y, en la mayoría de los casos, quien nos enseñó a amar, a valorar los afectos y a comprender la importancia de lo que somos para los demás. Porque una madre, no lo olvidemos, es el ser más trascendente de la naturaleza humana.

La pérdida de una madre nos invita a volver al origen, a repasar nuestra vida junto a ella y a reflexionar sobre cuánto de ella hay en nosotros. Pero, sobre todo, nos lleva a pensar en lo que significa ser una mujer-madre.

Mi madre formaba parte de una generación de mujeres que crecieron en una España dura y escasa de recursos materiales, pero rica en valores espirituales y humanos. Aprendieron de sus propias madres el valor de ser útiles para los demás, la importancia de la economía doméstica, el amor por la familia y el compromiso con la sociedad. Fueron los pilares de la generación del baby boom, precisamente la que fundamentó el mayor crecimiento de España y de la que hoy los políticos que nos gobiernan dilapidan. Fueron las madres de los hombres y mujeres que nacimos en lo analógico, hemos crecido en lo tecnológico y seguimos triunfando en lo digital. Como diría José Mota, «no te digo que me lo mejores, iguálamelo».

Estas mujeres no tuvieron reconocimiento suficiente. En el contexto actual, a menudo se desprecia a aquellas que dedicaron su vida a cuidar de su marido, a criar hijos y a administrar el hogar con más eficacia que muchos responsables de economía pública actual, precisamente por mujeres empoderadas en la política que han perdido precisamente el tacto femenino de la conciliación que siempre ha aportado la mujer a la vida de todos. Quizá, porque hoy existen ciertas ideologías que desprecian ese modelo de vida, exaltando en su lugar un feminismo radical que confunde libertad con el rechazo a los valores familiares y humanos que mujeres como mi madre encarnaron.

Mi madre fue feliz junto a mi padre, enfrentando juntos los desafíos de la vida. Tuvieron siete hijos, y el último, con síndrome de Down, se convirtió en el eje de nuestra familia, enseñándonos lecciones de amor, generosidad y entrega. Hoy, muchas personas como él no llegan a nacer porque a través de técnicas como la amniocentesis se descartan de la vida porque se considera que su existencia puede entorpecer el ideal de la felicidad personal. Lo sé, hablo de algo que hay que vivir, pero si no me creen, pregunten a familias que han tenido una persona de estas características como parte de su vida. Ellos saben bien de lo que hablo.

No se trata de despreciar a las mujeres de hoy ni a sus luchas, sino de rendir homenaje a aquellas que supieron vivir en función de los demás, que fueron cocineras, enfermeras, amigas, confidentes y madres, todo a la vez, y sobre todo compañeras tengamos los años que tengamos. Son mujeres que, con su ejemplo, nos enseñaron el verdadero significado de la fortaleza y el amor incondicional.

Desde mi breve editorial, quiero homenajear a todas estas mujeres-madre a las que se las silencia y que, sin embargo, hijos y nietos lloran porque saben lo que fueron en su vida y se van para siempre. Pero no, en el fondo siguen ahí, en nuestra vida, porque seguiremos actuando como ellas lo hicieron con nosotros.

Que su memoria nos inspire a valorar y reconocer el legado de estas grandes mujeres.

Ganas de tener ganas (Arcopress), de Concepción de Fuentes. También las mujeres de los años 30 del siglo pasado se sabían empoderar, pero lo hacen como saben hacerlo, sin exigir nada a cambio. Dan lo que tienen y lo hacen con generosidad y en este libro la autora, con más de 90 años de vida, convertida en una exitosa instagramer, reúne los consejos que siempre valen, que es la de repartir sin esperar nada a cambio porque la vida sabe cómo devolverlo. No se confundan los lectores porque no es un libro para personas mayores, más bien es para todas aquellas personas que comienza a vivir hoy.

Orgullo de madre (Rialp), de María Calvo Charro. Urge maternizar esta sociedad tan erosionada, y solo pueden hacerlo las mujeres. Pero para ello deben amarse a sí mismas, amar la vida y convertir la “culpa” de ser madre en el orgullo de serlo. Ser madre nunca ha sido fácil. Los hijos, muchas veces, llegan para desbaratar y poner patas arriba nuestra planificada vida personal y profesional. Nada prepara para ser madre, pero ser madre prepara para todo.

La madre (Claret), de José María Alimbau. A quienes hemos llamado madre o mamá, va dedicado este libro. Se ha cumplido, una realidad, un anhelo, un deseo, un agradecimiento... hacia aquella mujer que fue la madre del autor -la suya y la de todos-. Dicha ansia y compromiso los ha llevado el autor desde su infancia y juventud: agradecer a su madre, que quedó viuda con dos niños, unos de ocho años (el hermano mayor del autor), y él mismo, de cuatro años. Ella les dio todo cuanto han sido. Puede ser la historia de todos.