Habrá que recordar a menudo, por ejemplo, que las tesis falsas pueden caerse en cualquier momento, y habrá que estar al quite para proponer buenas ideas
España está estupefacta con el nuevo ciclo de incendios que estamos sufriendo. Algo que se ha convertido en un clásico del verano, que devora miles de hectáreas al año y que según los datos históricos de hace 50 años no sucedía. Pedro Sánchez ha salido al paso -y a hacerse unas fotos-, y nos ha advertido que el cambio climático «mata personas y mata también nuestro ecosistema, nuestra biodiversidad y destruye los bienes más preciados del conjunto de la sociedad». Palabras vacías, sobre todo si no van acompañadas de soluciones.
Los manipuladores y los abducidos por la religión climática vuelven a flagelarse por lo malos que somos, por la carne que comemos, por los hijos que tenemos y porque no nos compramos coches eléctricos. Los que estamos fuera de esa burbuja globalista embaucadora, pensamos que no, que lo que falta es prevención, profesionalidad y combatir al campo con el campo, y me explico.
A quienes viven de la religión ecologista, que es brazo ejecutor del cambio climático cientifista, les viene como anillo al dedo estos incidentes. Les viene bien porque seguirán chupando de las subvenciones para seguir sin hacer nada, porque su teoría es que la naturaleza ya sabe bien lo que hace y nosotros no podemos intervenir en ella, es decir, no podar, no limpiar riberas de los ríos, no desbrozar los bosques, no talar árboles secos...
Así, el mantenimiento del contratado temporal para apagar incendios es que siga habiendo incendios. A los políticos instalados en las Consejerías de Medio Ambiente les viene bien que haya incendios para demostrar su valor y «se hacen bien anchas las filacterias y bien largos los flecos del manto» de su cargo. Y esto afecta también, en círculos concéntricos, a sus homólogos de organismos internacionales.
Sin embargo, por lo visto en Estados Unidos acaban de derogar la norma de una Comisión federal en materia de medio ambiente que regulaba las emisiones de CO2: los burócratas han recibido una estruendosa derrota y el TS les ha dicho que eso es un asunto constitucional y que además no tiene rigor científico. Pero aquí en España estamos en las Batuecas con una ministra, Teresa Ribera Rodríguez, empeñada en convertirnos en un país totalmente dependiente de la energía de terceros.
Muchas personas viven de que haya incendios, y al parecer no tienen el más mínimo interés en resolver el problema, más bien todo lo contrario. Permítanme el paralelismo con la Ley Integral de Violencia de Género, es lo mismo: una ley absurda e inútil, bien regada de millones que no solo resuelve el problema, es que año a año crecen los feminicidios, tan cursi como les gusta decir a ellos y ellas. Aunque por lo visto un consenso científico nos alerta de que el cambio climático es machista, miren. Todo vale para seguir con la guerra de los sexos y los géneros.
Uno de los rasgos del posmodernismo es que piensan que el mundo comenzó con ellos y, los que piensan un poco más, llegan a descubrir que hay una historia humana que nos precede, a la que hacen una enmienda a la totalidad y se creen que menos mal que han llegado ellos a tiempo para salvar el planeta, en el que generosamente incluyen a la humanidad.
Por cierto, ojo con las denuncias porque en Galicia, Castilla y León, Andalucía y Madrid pueden encontrarse con una bofetada importante de vuelta, ya que es donde los montes se queman y gobiernan ellos, los de Feijoó, ya que el cuidado de los bosques y del territorio corresponde a las comunidades autónomas
¿Pero saben una cosa? Que los pinares de Soria no se incendian porque son comunales y mucha gente vive de ellos, y cuidan mucho de que no se incendien. Y esto es un ejemplo actual de lo que era la forma en que antiguamente (¡vamos, hace 50 años!) hacían todos los pueblos, porque entonces existía el Instituto de Conservación de la Naturaleza, ICONA, y la gente de los pueblos trabajaba durante el invierno desbrozando montes de maleza, talando árboles muertos y replantando con monte, y además tenían ganado que limpiaba el monte de hierbajos y se mantenían los cortafuegos como freno a los apocalipsis que hoy en día se dan. Todo esto era así hasta que llegó la izquierda de salón con su ecologismo radical a reordenar a la humanidad, y lo que durante generaciones de siglos había sido lo que salvaba al monte, se convirtió en obligaciones y, sobre todo, prohibiciones.
Pero no podemos determinar que todos los ecologistas son unos cazurros, que haberlos ahilos, porque también hay gente preparada a la que se le calla o no se atreven a hablar. Habrá que rescatarlos, proponer un discurso cercano y constructivo si queremos que algún día los vividores del campo no controlen el discurso. Habrá que recordar a menudo, por ejemplo, que las tesis falsas pueden caerse en cualquier momento, y habrá que estar al quite para proponer buenas ideas; que los que gestionan el campo por referencias urbanas deberían pensar que los bomberos llegan cuando arde el bosque pero que los limpia bosques evitan que lleguen en muchísimas ocasiones. Y esto son dos ejemplos de sentido común, ¿se imaginan a profesionales pensando bien, que sepan a fondo de todo esto y con la sana intención de mejorar el bien común y no solo su pecunio? ¡Locura!
Pero desgraciadamente, el Partido Popular, o eso que algunos llaman la derecha, no aporta alternativas a la industria ecológica, se limita a asumir que con la denuncia ya se cumple, y este sigue siendo el error, que no trabajan en la batalla cultural que la sociedad reclama, y si lo hacen es porque lo necesitan. Desafortunadamente, esto demuestra la inferioridad política de la derecha, ovejunos seguidistas de la cultural de la izquierda, que se conforma con la alternancia del poder y no de aportar ideas propias.
Por cierto, ojo con las denuncias porque en Galicia, Castilla y León, Andalucía y Madrid pueden encontrarse con una bofetada importante de vuelta, ya que es donde los montes se queman y gobiernan ellos, los de Feijoó, ya que el cuidado de los bosques y del territorio corresponde a las comunidades autónomas.
Cambio climático sin complejos (Sekotia) de José Luis Barceló. ¿Existe el cambio climático? ¿Hasta qué punto son responsabilidad del Ser Humano las actuales transformaciones ambientales de las que algunos dan testimonio con alarmismo? ¿Ha habido otros cambios climáticos en la Historia de la Tierra en los que no había humanos? El autor desentraña algunos de los aspectos más polémicos del cambio climático.
La España del silencio (Almuzara) de Borja Cardelús. España ha sido durante siglos un país rural, en cuyos pueblos se vivió conforme al lento devenir de los días y las estaciones del año, trabajando de sol a sol, con sujeción a los avatares del clima, pocas veces benigno y casi siempre áspero. Pero esa milenaria lucha por la diaria supervivencia generó una honda sabiduría para extraer a la tierra sus recursos, para que nada quedara sin provecho, donde había técnicas sutiles para que todo lo que se cosechaba, se cazaba y se pescaba se aprovechara y conservara hasta sus últimas consecuencias.
El cambio climático en la historia de la humanidad (Bo) de Benjamin Lieberman y Elizabeth Gordon. Lejos de ser una circunstancia que afecte únicamente al mundo actual, los seres humanos de las sociedades pasadas han sufrido, o se han beneficiado, de los numerosos cambios climáticos que han acaecido en el pasado. El clima y sus variaciones son un factor fundamental que ha condicionado el devenir del mundo, la conformación de su pasado y su futuro. La estrecha relación entre el ser humano y el cambio climático es un aspecto imprescindible para comprender la aventura histórica.