San Ignacio de Loyola, Papa Francisco y San José María Escrivá
El problema del 'Motu Proprio' vaticano sobre el Opus Dei es de contenido y de continente. De contenido, porque si en el carisma de la Obra lo revolucionario es recordar el antiguo mandato de que los laicos pueden y deben ser santos, no parece correcto 'clericalizarlos', haciéndolos depender de la Congregación para el Clero y bajo inspección permanente.
Es lo mismo que está ocurriendo con muchas voces proféticas que han surgido en estos tiempos de tribulación y desamor. Algunos obispos pretenden hacerlas depender de coordinadores eclesiales de la vida consagrada... ¡pero si no son consagrados, que son laicos! Además, ¿en qué oído sopla el Espíritu Santo: ¿en el de los profetas o en el de los jerarcas clericales?
De contenido y de continente. Que el prelado de la Obra no pueda ser obispo, cuando 'subordinados' suyos en la Prelatura sí lo son, sólo es una humillación añadida y totalmente innecesaria.
En cualquier caso, se confirma, una vez más, que los tiempos de cristofobia suelen resultar muy clericales, quizás por aquello de que las mayores aberracciones son las que se cometen al lado del altar.
Y detrás de esta decisión, como en la persecución a la Obra en el seno de la Iglesia siempre hay, como en los viejos tiempos, un jesuita. Me corrijo: con el Papa Francisco hay varios.
Fueron los jesuitas quienes intentaron destruir el Opus Dei desde su fundación y son jesuitas los que ahora rodean al primer papa jesuita con el ánimo de destruir el Opus Dei.
Lo que, al mismo tiempo, recuerda la famosa amenaza de Napoleón a su prisionero, el secretario de Estado de Pío VII, Ercole Consalvi: "Voy a destruir a la Iglesia", clamó el emperador. A lo que el clérigo respondió: "Imposible Excelencia, ni nosotros mismos lo hemos conseguido".
Lo gracioso es que, como dicen los economistas que censuran el marxismo, estamos "en el reparto de la miseria". Me refiero a que el Opus Dei de 2022 atraviesa una crisis de vocaciones, sin necesidad de que el Vaticano pretenda cambiarle en lugar de mejorarle.
Ahora bien, si el Opus Dei está en crisis, los jesuitas están en recesión profunda. Recuerden: en España, motor de la Compañía de Jesús, la media de edad de los jesuitas debe andar por los 70 años y hace dos años tenían cinco novicios en toda España. No, no he dicho 5.000, he dicho cinco. Y entonces es cuando el sidótico le arrea al sifilítico en el occipucio, en nombre de la salud.
Los jesuitas se han obsesionado de nuevo contra el Opus Dei siguiendo el viejo adagio español de "consejos vendo que para mí no tengo". En el siglo XX la arremetida de los clérigos jesuitas contra los laicos del Opus Dei puede tener como motor cierta envidia. A lo mejor en el siglo XXI es porque el malo no soporta al bueno, pero tampoco al menos malo que él.
En cualquier caso, es peligroso que el Papa se deja llevar por los celos de su orden de origen contra la Obra. Cuando llegó a la diócesis de Buenos Aires, Bergoglio dijo aquello de que ya no era jesuita sino obispo de la Iglesia, lo que algún malvado interpretó como una alusión a la persecución que el jesuita Bergoglio sufrió a manos de sus hermanos de regla. Pero ahora, Bergoglio es el obispo de Roma, es decir, prelado de los jesuitas, de la Obra... y de todos los católicos.
Un viejo agregado del Opus Dei me dijo aquello de que Juan Pablo II nos comprendía y nos quería, Benedicto XVI nos comprendía pero no nos quería, Francisco ni nos comprende ni nos quiere. Pues bien, la labor del Papa actual consiste en curar a la Obra y resucitar a la Compañía de Jesús. Para tan ingente tarea, sólo al alcance de titanes, debería empezar por detener la obsesión jesuítica contra el Opus Dei y que ambas instituciones recuperen las vocaciones que han perdido.
Lo otro es el reparto de la miseria y el degüello entre miserables, peleándose entre las cenizas: sidóticos persiguiendo a sifilíticos.