Su nombre es Zoraya ter Beek, vive en un pequeño pueblo de Países Bajos, muy cerca de la frontera con Alemania, sufre una depresión paralizante, autismo y trastorno límite de la personalidad, pero no tiene ninguna enfermedad física ni terminal, está casada y muy enamorada y tiene tan solo 28 años. Pese a esto, ha decidido solicitar la eutanasia, y se la han concedido, en unas semanas los médicos pondrán fin a su vida. 

Veo la eutanasia como una especie de opción aceptable presentada por los médicos y los psiquiatras, cuando antes era el último recurso”, además quiere que la eutanasia se le aplique en su sofá y luego ser incinerada: “La doctora realmente se toma su tiempo. No es que entren y digan: ¡Acuéstate, por favor! La mayoría de las veces es primero una taza de café para calmar los nervios y crear una atmósfera suave”.

“Luego me pregunta si estoy listo. Ocuparé mi lugar en el sofá. Una vez más me preguntará si estoy seguro, iniciará el trámite y me deseará un buen viaje. O, en mi caso, una buena siesta, porque odio que la gente diga: ‘Buen viaje’. No voy a ninguna parte”.

Tengo un poco de miedo a morir, porque es lo más desconocido”. “Realmente no sabemos qué sigue, ¿o no hay nada? Esa es la parte aterradora”.

Países Bajos fue el primer país del mundo en legalizar el suicidio asistido en 2001 y con el paso de los años con la eutanasia legalizada se llega a esto: mentalidad eutanásica, ya no es con una enfermedad terminal o incurable, sino porque se esté cansado o deprimido. Se trata de un plano inclinado o pendiente deslizante muy difícil de parar que provoca que la vida no tenga ningún valor.