Dos catástrofes naturales devastadoras en Marruecos y en Libia
Durante los últimos 63 años de vida, justo los que tengo, no he recibido ninguna revelación extraordinaria (aunque la espero a cada instante... es broma). Tampoco estoy convencido de lo que ahora voy a decir, debido a ninguna revelación extraordinaria sobre la inminencia de la Segunda Venida de Cristo. Me basta con la misma frase evangélica con la que inicié, hace ya un cuarto de siglo, mi reflexión -profundísima, como bien imaginarán ustedes- sobre el fin de la historia: "Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".
Y el ambiente eclesial es igualito: que vivimos una etapa de fin de ciclo. O como dijo el Papa Francisco: no es un fin de etapa sino el inicio de una era nueva.
Por eso, en estos tiempos se cumple mi lema vital: de derrota en derrota hasta la victoria final.
No vivimos una época de cambios sino un cambio de época. Y esto es algo que creo piensa, en silencio, una mayoría, incluso de no cristianos
"No vivimos una época de cambios sino un cambio de época". En Hispanidad ya lo hemos dicho pero lo más importante es que también lo ha dicho el Papa Francisco y que, de una u otra forma, lo repiten muchos cristianos de altura, o sea, de bastante más altura que el abajo firmante.
A ver, que resulta que no estamos al borde del desastre: vivimos, ya, ahora, en el gran desastre, en la Gran Tribulación. La Iglesia no atraviesa una crisis: atraviesa la mayor crisis de toda su historia y, con ella, la crisis resulta global, porque cuando la Iglesia entra en depresión el mundo se deprime, dado que el Cuerpo Místico de Cristo es el sostén del mundo, no al revés.
En vano se afanan los empeñados en buscar sustitutos ídolos. Mismamente, la diosa Gaia, el dios-planeta tierra de nuestros pedantones tonti-verdes. El movimiento ecologista, como toda religión idolátrica, es cruel con el hombre y termina por oponerse a Cristo de forma fehaciente.
Qué decir del universo ‘woke’, la ideología del género, que pretende librarnos de nuestra antigua fe a cambio de feminismo y de la muy necesaria lucha contra la homofobia, la transfobia y el racismo... para acabar en el 'gender', o cambio de la naturaleza sexual y sexuada de la persona, por el género, es decir, cambiar el adjetivo por el sustantivo, desgraciado trueque que, históricamente, siempre ha sido el detonante de los mayores desastres sociales.
Feminismo, ecologismo, ‘woke’ (transexualidad y racismo) animalismo, trashumanismo, cultos idolátricos, alejados del amor de Cristo, siempre pendiente de la palabra de cada hombre. Porque antes que Creador es Redentor y antes que Redentor, Padre
Al final, la condición sexuada de la raza humana, una de sus grandezas, indica e impone a cada persona que el sexo es algo tan hermoso como peligroso, que o bien se convierte en raíz del amor entre hombre y mujer y base de la procreación y mantenimiento del ser humano sobre la faz de la tierra, o acaba sino en esclavitud viscosa.
Y en esta etapa fin de ciclo también contamos con el animalismo, que trata de igualar al ser racional con el irracional y es fruto de la mayores necedades del momento presente que resultarían cómicas, si no fueran trágicas.
Y por último, la peor idolatría -o 'ideolatría'- de todas, que acompaña al fin de la historia: el trashumanismo, aún más inhumano que la ingeniería genética del aborto selectivo o de la fecundación in vitro (FIV). El trashumanismo es el hombre que instintivamente, llevado por su soberbia infinita, quiere hacerse Dios a través de la materia inteligente -en la ciencia, ahora llamada neurociencia- en la ciencia o en la máquina sabihonda de la inteligencia artificial (IA), en el mundo tecnológico.
El trashumanismo constituye hoy el mayor reto, sin duda, de esta etapa fin de ciclo. Entre otras cosas, porque los avances en neurociencia, así como la IA, tienen aspectos útiles y aprovechables... y eso es lo más grave. El mal que presenta apariencia de bien, el mal que no asusta.
Los cristianos contamos con un Dios que sabe, no sólo cómo salir del sepulcro, sino cómo sacarnos, a pesar de nuestra constante rebelión. Basta con no molestar. La libertad del hombre consiste en no rechazar esa gracia divina
En definitiva, credos idolátricos, alejados del amor de Cristo, siempre pendiente de la palabra de cada hombre, antes que Creador, Redentor, y antes que Redentor, Padre.
Sí, ya estamos en la Gran Tribulación, eso está claro. Tiempos duros pero, ojo, alegres: recordad la otra frase evangélica quizás también olvidada: alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación.
No lo dice una vidente, lo dice Cristo, y, ¿acaso ambas frases no constituyen el mejor resumen de la época actual? ¿Acaso no somos más, creo que mayoría social, cada vez más, incluso que las mayorías no cristianas, los que sentimos que algo totalmente nuevo está pasando? Es tremendo, pero acabará bien: recuerden que los cristianos contamos con un Dios que sabe, no sólo cómo salir del sepulcro sino cómo sacarnos, a pesar de nuestra constante rebelión y de nuestra acostumbrada necedad. Y no hay que hacer nada: sólo aceptar la gracia que Él nos otorga gratuitamente. La libertad del hombre consiste en no molestar: basta con que tome la decisión de no rechazar esa gracia divina.