Hispanidad publicó en abril de este año que una mujer de Países Bajos, de nombre Zoraya ter Beek, había pedido acabar con su vida mediante el suicidio asistido (eutanasia con ayuda) debido a que sufre depresión paralizante, autismo y trastorno límite de la personalidad.

Esta mujer no tiene ninguna enfermedad física ni terminal, está casada y tiene tan solo 28 años. Cuando solicitó la eutanasia, señaló: “Veo la eutanasia como una especie de opción aceptable presentada por los médicos y los psiquiatras, cuando antes era el último recurso”. “Tengo un poco de miedo a morir, porque es lo más desconocido”. “Realmente no sabemos qué sigue, ¿o no hay nada? Esa es la parte aterradora”. 

Pues bien: la noticia ahora es que Zoraya ter Beek ejecutó su suicidio asistido el pasado 22 de mayo, tras aplicársele el artículo del Código de Eutanasia oficial de Países Bajos que lo permite si hay "sufrimiento insoportable sin perspectivas de mejora". En agosto de 2020, su psiquiatra le comunicó: «No hay nada más que podamos hacer por ti. Nunca va a mejorar».

En cualquier caso, insistimos, este caso no es sino un ejemplo más del plano inclinado o pendiente deslizante por el que transitan los países que han aprobado la eutanasia: se empieza permitiéndola sólo en casos excepcionales y por voluntad propia, pero se termina aplicándola sin restricciones, a cualquier persona e incluso en contra de su voluntad, y de manera especial a los más débiles y vulnerables: enfermos mentales, ancianos, discapacitados sobre todo intelectuales..., que no pueden defenderse ante la decisión de otros -el Estado, un médico, los jueces, los políticos, sus familiares- sobre sus vidas.

Un plano inclinado o pendiente deslizante muy difícil de parar que provoca que la vida no tenga ningún valor, especialmente la de los más débiles y vulnerables, y que sea a ellos a quienes se termine aplicando al eutanasia incluso sin su consentimiento.

Porque la eutanasia y el suicidio asistido suponen traspasar la frontera ética de que la vida es sagrada y ni uno mismo y ni mucho menos un tercero puede disponer de ella. Esa frontera ética está en la conciencia de todas las personas del mundo, es decir, que es ley natural: respetar la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción a la muerte natural. Y esa frontera ética debería estar reconocida por las leyes: como el ‘no’ a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio. Es decir, es la misma razón por la que hay que oponerse también a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio: no con un argumento religioso, sino meramente humano y racional.