Ya he hablado de la parroquia de San Leopoldo, en un barrio pobre de Madrid, con motivo de la peligrosa tontuna de Halloween. 

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El sábado 21, el templo ha cumplido sus primeros 50 años de vida. Su párroco es un sacerdote culto y admirable: allí se reza.

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Pero hoy quiero reparar en otra cuestión. Hay un antes y un después de la pandemia tanto en la Iglesia española como en la Iglesia universal. Recuerden que cerramos los templos y suprimimos la Eucaristía. En parte nos obligaron, al menos presionándonos, y en parte lo hizo la propia Iglesia, creo que para vergüenza de todos. La Iglesia no le puede temer a la muerte. 

Pero aquella triste primavera de 2020, hubo sacerdotes valientes que se negaron a suprimir la ‘actividad’. Algunos incluso fueron detenidos o peor, interrumpidos, en pleno sacrificio. 

Somos pocos: menos había al pie de la cruz; había dos, María y Juan. Bueno, y las santas mujeres, más valientes que los hombres

Pues bien hoy, cuatro años largos después, puedo decir que San Leopoldo no cerró. El párroco, con ironía y buen humor cristianos, nos avisó un día antes del cierre de que dado que no le permitían oficiar misas públicas, las haría en privado y que, naturalmente, la puerta estaría entreabierta: si alguien quería acudir a misa, él no sería tan grosero como para cerrarle la puerta. Con esa triquiñuela, que tenía sus riesgos, ofició todos los días de epidemia. De hecho los que fallamos fuimos los fieles, no el párroco. Como el mismo Simón asegura: somos pocos, pero menos había al pie de la cruz. Para ser exactos, había dos, María y Juan. Bueno, y las santas mujeres, más valientes que los hombres.

No contento con oficiar misa, el padre Simón convirtió San Leopoldo en un supermercado gratuito para repartir comida entre la gente que no tenía nada de nada. Comida y alguna cosilla más. Soy testigo de que lo hizo con tanta calidad como eficiencia. 

Y sí: toda la Iglesia universal debería pensar que su vergonzante manera de ceder ante el poder político durante la pandemia, renunciando a la Eucaristía, siendo que la Iglesia vive del sacrificio eucarístico (San Juan Pablo II dixit), sentó un precedente peligrosísimo. Porque aún los católicos valientes, que se querían oponer a Pedro Sánchez o a cualquier otro mandatario europeo, sentían que debían obedecer a sus obispos y hasta al propio Papa de Roma. La jerarquía se convirtió en cómplice. La pandemia fue la derrota más grave que sufrió el cristianismo en el siglo XXI. Derrota... de cobardía y por incoherencia.