Ni el Sínodo ni las fuerzas demoníacas introducidas en el seno de la Iglesia, podrán cambiar la doctrina pero sí confundir al pueblo. ¿O no?
Alelado estoy con las declaraciones de una pléyade de clérigos de alta alcurnia empeñados en criticar a quienes se atreven a poner un pero al Sínodo de la Sinodalidad que comienza en octubre en el Vaticano y que lleva unos cuantos años de lánguida existencia en la iglesias locales, para alegría de los aún más languidecientes ‘cristianos de base’. Ya saben: esos que no tienen base alguna y por eso cada vez que se elevan se caen.
Cuenta Leonardo Castellani, lo ocurrido con la Biblia de Inglaterra (1524) cuyo traductor, el antimariano William Tyndale, decidió traducir de esta guisa las palabras de Cristo a su madre en las Bodas de Caná, sobre la inconveniencia de empezar a hacer milagros innecesarios por un motivo fútil: al novio se le había acabado el vino: “Mujer, yo no tengo nada que ver contigo”. Pues bien, el pueblo llano, al inglés modesto de la época, no le gustó: “Tenemos testimonio del choque que produjo esta frase al comenzar a ser leída en las parroquias rurales inglesas el evangelio del domingo segundo de Epifanía en lengua vulgar. El pueblo sencillo no quería admitir que Cristo hubiese dicho eso a su madre. Así lo atestiguara el mismo Erasmo... y tenía razón el pueblo sencillo instintivamente, contra los pedantes que sabían griego”. En efecto, se trata de una de las escenas evangélicas más formidables: en un principio Cristo se niega. Él responde a su madre que no está allí para salvar un descuido de los novios, el vino, que aún no ha llegado su hora, pero la Abogada de la humanidad no le hace caso e insiste en su petición, con el muy femenino método de salirse con la suya con hechos, no con palabras. La Madre del Redentor le dice a los criados: “Haced lo que él os diga”. Y el mismísimo Dios cede, imagino que con una mirada irónica.
Pues bien, me he acordado de la famosa anécdota del secretario de Estado de Vaticano de Pío VII, Ercole Consalvi, prisionero de Napoleón. El emperador acudió a su celda y le amenazó:
-¡Voy a destruir a la Iglesia!
A lo que Don Ercole respondió:
-Imposible, excelencia, ni nosotros mismos lo hemos conseguido.
Profecía cumplida. Napoleón murió y la Iglesia permanece. Lo mismo le ocurrió al bueno de Nietzsche, con su famosa leyenda: “Dios ha muerto”, firmado Nietszche. Y justo al lado: “Nietzsche ha muerto”, firmado: God.
Ni el Sínodo ni las fuerzas demoníacas introducidas en el seno de la iglesia, podrán cambiar la doctrina pero sí confundir al pueblo
Me ha venido todo esto a la cabeza tras leer la rueda de prensa del Papa Francisco en el avión que le devolvía desde Mongolia a Roma preguntado por el Sínodo de la Sinodalidad, con perdón, que lleva dos años de preparación y que comienza el mes de octubre y que seguirá en segunda y definitiva sesión en octubre de 2024, la respuesta de Francisco me ha sorprendido. Hablaba el Pontífice de una priora carmelita que le confesaba su temor ante la posibilidad de que el Sínodo de la Sinodalidad sinodal sinodalizada cambiara la doctrina católica. A lo mejor no he comprendido bien las respuesta del Papa -recordemos que Francisco habla porteño- pero creo que tildó esa preocupación como ideológica, término que expresó reiteradamente, pues apostaba por salvar el Sínodo de cualquier tipo de ideología. Confieso que aún no me he enterado, sin explicarnos en qué consiste un Sínodo ideológico de otro que no lo es.
Es cierto que la preocupación de nuestra abadesa carmelita no era lógica porque los pilares de la doctrina católica no cambian porque Dios no cambia. Ahora bien, podría ser, me temo que es lo que está siendo, que parte de la clerecía y los sabios del mundo se empeñarán en cambiar la doctrina -no todos alemanes, palabra- y se cree confusión alrededor del Sínodo.
Sí, el temor de la priora es infundado pero yo le comprendo: porque algunos jerarcas de la Iglesia están diciendo burradas como para erizar los pelos a un calvo.
A ver si resulta que, como ocurriera con la Biblia inglesa de 1524, el pueblo llano tiene razón y los pedantes, clérigos o intelectuales laicos, andan empecinados en ser ellos los protagonistas, y no el Espíritu Santo.
Porque esa es otra, en el Sínodo de la sinodalidad sinodal no ha participado activamente ni el 1% de los fieles. Se supone que este es el Sínodo de la democratización de la Iglesia, del empoderamiento del pueblo fiel. Pues no sé yo, si con esa participación y esa abstención general, la cosa resulta muy democrática. A ver si va a resultar que el Sínodo está lleno de curas progres. Sobre todo, recuerden el escalón de la bobería: obrero de derechas (tonto de baba), varón feminista (tonto esférico), cura progresista (tonto macizo).
Ni el Sínodo ni las fuerzas demoníacas introducidas en el seno de la Iglesia podrán cambiar la doctrina pero sí confundir al pueblo. ¿O no?