
Marisu Montero, esa mujer ardiente, y muy, muy sincera, ha puesto de moda la presunción de inocencia. Tras soltar aquello de que la palabra de una mujer debería bastar para condenar a un varón -es sabido que la mujer no miente jamás- se dio cuenta de que quizás se había pasado dos pueblos y le honra, aunque sea porque se le han echado encima incluso parte de los suyos, que haya pedido disculpas. De aquella manera, ciertamente, pero las ha pedido.
Por supuesto, Marisu se ha apresurado a asegurar que se ha explicado mal y que considera que la presunción de inocencia es una de las columnas de la democracia.
Por supuesto que lo es. Ahora bien, una de las estrellas legales del socialismo español son los delitos de odio, piedra angular de la repugnante arquitectura jurídica del Nuevo Orden Mundial (NOM). Pues bien, en los delitos de odio no existe la presunción de inocencia. Es el acusado quien debe demostrar que no odia al acusador, papel, por cierto difícil de vivir: que no, campeón, que no te odio.
Es como cuando Marlaska pide "tolerancia cero frente a la intolerancia al diferente". ¿A qué no son capaces de repetirlo tres veces? Sí, lo sé, la frase es retorcida como una viruta pero el problema no es ese, el problema es que, como sentencia marlaskiana que es, resulta además, falsa. Porque, al igual que ocurre con el odio, ¿quién juzga cuando no estoy siendo tolerante como para aplicarme la muy colectiva tolerancia cero? ¿No será que son los no tolerantes quienes pretenden obligarme a pensar como ellos y actuar en su nombre?
En un y otro caso, las actitudes y la normativa evocan a aquella película del oficial norteamericano destacado en Japón tras el final de la II Guerra Mundial. El hombre se topaba con demasiadas dificultades para occidentalizar una cultura tan distinta a la norteamericana y, harto de las resistencias de sus nuevos subordinados: "A estos japoneses les convierto yo en demócratas aunque tenga que fusilarlos a todos".