A principios del pasado mes de octubre, la nueva presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, tomaba posesión de su cargo en una ceremonia en la que tuvo un especial protagonismo una especie de sacerdotisa indígena:

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Con ello quedaba marcado desde el principio el mensaje indigenista de la nueva mandataria, que invocaba así, en la cosmovisión indígena, el poder espiritual y político.

A todo ello hay que añadir la tradición masónica mexicana, una masonería que, como es bien sabido, es beligerante contra el cristianismo y, en elcaso del país hispano, mecldo con indigenismo y con satanismo.

Y en ese contexto hay que situar el reciente hecho que tuvo lugar este pasado fin de semana, cuando, en el Estado de México, la capilla de la Sagrada Familia, en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe del Risco, en la Diócesis de Ecatepec, municipio de Tlalnepantla de Baz, sufrió “una grave profanación del Santísimo Sacramento”, recoge Aciprensa.

En un comunicado, Mons. Luis Martínez Flores, Administrador Diocesano de Ecatepec, denunció que en la iglesia “se sustrajo a Jesús Sacramentado del Sagrario y fue arrojado en las inmediaciones”.

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