San Juan Pablo II, saludaba, uno a uno, a un grupo de peregrinos que había acudido al Vaticano. El entonces Papa de la Iglesia católica, estrechaba la mano o bendecía a los presentes cuando le tocó el turno a un matrimonio español. Con la desvergüenza propia de las esposas, la parte femenina de la pareja se dirigió al pontífice y le espetó, con el dedo acusador dirigido hacia su media naranja:

-Dígale algo a éste que lleva 20 años sin confesarse.

Karol Wojtyla siguió saludando a otros peregrinos, pero, unos metros más allá, se dio la vuelta hacia el 'acusado', le cogió por el hombro y le dijo en voz queda, tanto que su esposa-fiscal no pudo escucharlo:

-¡Qué mal se está sin Dios en el alma!

Y siguió su camino. Cuentan las crónicas que el aludido corría por el Vaticano buscando un cura con el que confesarse. No es mal sitio para confesar.

El sacramento de la penitencia constituye el chollo del católico. Los pobres protestantes arrastran su pecado y no disfrutan del espléndido sentimiento, de la formidable convicción de sentirse perdonados

¿O sí? Porque miren ustedes, para que se produzca el sacramento de la penitencia se necesitan dos cosas: un confesor y un penitente. De este último no puedo hablar dado que el don de entrar en las conciencias aún no me ha sido concedido, pero el primero sí: en no pocas iglesias los confesionarios crían telarañas

No me pregunten cómo he llegado a tan profunda conclusión: soy un tipo brillante. Pero lo cierto es que, para que se produzca el sacramento del perdón, llamado Penitencia, se necesita que alguien esté arrepentido de sus pecados y que otro alguien esté dispuesto a ejercer su función de cura y representar al Dios que siempre perdona. Créanme: el trabajo más duro de un sacerdote es el del confesionario.

Nota a pie de página: ¿Por qué no puedo confesar mis pecados ante Dios y no ante un cura, al que probablemente le huela el aliento? Pues porque, entonces, querido amigo, estarías pecando de soberbia. Lo de la confesión directa ante Dios no es más que la excusa que el orgulloso -o sea, todos y cada uno de los seres humanos, todos y cada uno de nosotros- expone como excusa para no humillarse, para no reconocerse pecador, que es lo que somos, a ritmo de siete veces por día. 

Al igual que la oración mental, la confesión es exclusiva de la Iglesia de Roma... porque es la única verdadera 

Entonces, ¿el sentimiento de culpa es bueno? No, el sentimiento de culpa es malísimo. Lo que es bonísimo es la conversión de ese sentimiento en arrepentimiento. Sin arrepentirse el hombre está condenado a morir y, además, a malvivir.

Por otra parte, el sacramento de la penitencia constituye el chollo del católico. Los pobres protestantes arrastran su pecado y no disfrutan del espléndido sentimiento, de la formidable convicción, de sentirse perdonados por Dios.

Además, al igual que ocurre con la oración mental, la confesión es exclusiva de la Iglesia de Roma, la única verdadera, como decía el viejo chiste de los testigos de Jehová: "¿Cómo voy a creer en eso que usted me dice si no creo en la Iglesia católica que es la verdadera?". 

Un musulmán, un budista, un... no dialogan con Dios, se pierden en un monólogo que hastía al más paciente. Los católicos hablamos con Dios y confesamos nuestros pecados ante el Dios misericordioso que nos acoge como a hijos pródigos. Para ello sólo nos exige la humildad de volver a casa. El resto lo pone Él, porque, ¡qué mal se está sin Dios en el alma!  

En Cuaresma a confesar, en Pascua a comulgar. Sí, por aquello de comulgar en Pascua Florida. Es lo suyo. Oiga, y la Cuaresma ya comenzó el pasado miércoles 14 de febrero.