Tras asistir a la homilía progre, casi 45 minutos, del presidente del Gobierno, del pasado miércoles 31 de julio, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, he corrido a refugiarme en ese genio argentino, el jesuita Leonardo Castellani, para mí unos de los grandes cerebros del siglo XX, perseguido por el mundo, por la jerarquía eclesiástica y por su propia orden de San Ignacio. Un genio.

El padre Sánchez exhibió en su sermón una curiosa macedonia de cientifismo, ecologismo. socialismo y sofistería (que viene de sofisma, y saben, algo que tiene apariencia de verdad, siendo mentira) de tal calibre que me llevó a pensar si el bueno de Sánchez no habrá enloquecido, por mor de su narcisismo egolátrico. 

Por esta razón, tomo prestado el artículo del maestro Castellani, que resume como nadie el tiempo que nos ha tocado vivir y donde, estaba escrito, tenían que llegar personajes del tipo del presidente del Gobierno español. 

Se trata de uno de sus capítulo del Evangelio de Jesucristo, que originalmente se publicó, como tantas obras maestras del siglo XX, en las páginas de un diario de provincias por un sacerdote perseguido por la jerarquía y por los propios jesuitas. Simplemente, escuchen porque los textos de Castellani no se leen, se escuchan:

"Por sus frutos los conoceréis... las obras no mienten. (Vivimos) los amargos frutos de la bandada de pseudoprofetas (no, no me refiero a los pseudoperiodistas de Sánchez) que se levantó desde finales del siglo XVIII, a manera de manga de langostas, arbolando las palabras 'ilustración', 'tolerancia', progreso, 'siglo de las luces' o 'la mayor edad del género humano'"

Unos frutos que "de sobra conocemos porque los estamos sufriendo: las consecuencias del aclamado siglo de las luces fueron dos atroces guerras mundiales y una descompostura general del mundo, que anuncia una guerra peor. La tolerancia de Voltaire ha acabado en toda clase de persecuciones, la libertad para todos ha producido despotismos, tiranías, Y lo que llaman el 'Estado totalitario', teorizado por Hegel. El 'concierto de todas las naciones', de Condorcet, ha servido para romper la barrera defensiva de Europa -el río Eufrates, que dice la escritura- y abrir la puerta al Asia, que se yergue ahora amenazante sobre ella y la 'paz perpetua' de Kant ha producido la Guerra Fría". 

No falla una el jesuita argentino y dedica varios párrafos al cientifismo vigente. O sea, lo mismo que Pedro Sánchez sólo que al revés: "La idolatría de la ciencia que domina la época actual es una evolución de la superstición del progreso. El famoso progreso prometido a gritos por Condorcet y Víctor Hugo no se ha dado en ningún dominio excepto en el dominio de la técnica, que es lo que hoy día llaman ciencia, pero la técnica no puede ser adorada ni siquiera venerada: puede servir a la virtud pero también al desastre, sirve para hacer las bombas de fósforo líquido y las atómicas lo mismo que la vacuna contra la poliomelitis y puestos en una balanza de estragos espantables junto a los bienes que ha dado la técnica nuestro siglo yo no veo que ganen los bienes. Preservar a un niño de la parálisis infantil para que después se ha quemado vivo por una bomba de fósforo como los niños de Hamburgo, o de uranio, como los de Hiroshima no me parece un gran negocio".

Pero el problema no es la veneración a la ciencia, sino que la técnica "ha sustituido a la religiosidad en el corazón de las masas contemporáneas y, por tanto, podemos decir que es lo que lo ha destruido. Solo se destruye lo que se sustituye. Además, hoy en día la ciencia es impersonal, inhumana, exactamente como un ídolo. No hay en su objeto nada que el corazón del hombre pueda amar. Es reveladora la marga confesión de Einstein que sus últimos días decía que de poder volver a vivir sería plomero o vendedor ambulante, pero no físico y, sin embargo, la física le dio todo lo que a ella el científico le pide, gloria, honores consideración dinero. Más que eso no puede dar un ídolo".

Castellani y termina con unas palabras de Paul Claudel: quien no cree en Dios no cree en el ser y quien odia al ser odia su propia existencia. En esto es en lo que se regocija el señor Sánchez. Quien, además, es un poco ególatra, por lo que no sólo cree en el optimismo necio de la ciencia sino que, modesto que es él, conspira que la técnica, la ecología son invento suyo, por eso se siente tan dolido con los negacionistas: son aquellos que no le aplauden. 

Mismamente. Ente tanto antes de que llegue la III Guerra Mundial -¿O es que ya estamos en la Tercera Guerra mundial por etapas que dice el jesuita Papa Francisco?- convendría eu abandonáramos la tonti-progresía del mundo moderno y volviéramos a Cristo, porque sólo en él radica la esperanza. A ser posible, cuanto antes. 

Háganme caso: dejen a Sánchez y dedíquense a Castellani.