Me comenta un alto funcionario del Ministerio de Educación que, en los últimos tiempos, lo único que pasa por su mesa son programas psicológicos. 

La psicología parece el remedio de todos los males, sobre todo en una generación de semblante aburrido e incapaz de administrar su tedio. Problemas que pretenden arreglarse con dinero y, miren por dónde, dinero no falta. Para psicólogos siempre hay presupuesto, español y europeo.

En consonancia, la última moda es el desvelo por la salud mental de los españoles. A ello hay que dedicar todo tipo de esfuerzos, especialmente presupuestarios. 

Al parecer estamos todos grillados, con lo cual el asunto de la salud mental, además de relevante, extraordinariamente relevante, se ha convertido en urgente.

Ahora bien, no discuto que más de uno, aproximadamente el 99% de la población actual este chalada. De hecho, figuro entre los convencidos de esa estadística pero, en el presente caso, no me preocupa el diagnóstico, sin duda acertado, sino la terapia. 

Ojo: tampoco la logoterapia sirve porque no solo hay que tener una porqué para vivir sino un porqué que sacie... y sólo Dios sacia

Es cierto que estamos todos locos, pero creo que ni psiquiatras ni psicólogos pueden curarnos de esta insania. Entre otras cosas porque estos profesionales van a las consecuencias, no a las causas. La causa principal de la demencia actual, sobre todo de la depresión, en un mundo tan formidable como el que se nos ha dado, es que la gente no tiene un porqué para vivir en ese mundo formidable. Y ya saben lo de Viktor Frankl, el creador de la logoterapia, o curación por la palabra: quien tiene un porqué para vivir acabará encontrando el cómo. Pero quien no lo tiene... de poco le servirá el diván del psicoanalista.

Y ojo: tampoco la logoterapia, por sí sola, sirve para alcanzar la felicidad, la realización personal. Porque no solo hay que tener una porqué para vivir sino un porqué que sacie... y sólo Dios sacia: nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón no para hasta que descansa en ti.

El mundo ha perdido a Dios, y con Él, ha perdido la alegría. Fuera de él, sólo hay desesperación. Si recuperas a Cristo no necesitarás psicólogos para superar la tristeza.