
Cuando leí los primeros libros de la serie El Padre Elías, el canadiense Michael O'Brien (no todos los canadienses son tan horteras como Justin Trudeau ) quedé impresionado. Generalmente, cuando se habla del Anticristo, o de la Segunda Venida de Cristo, la gente, incluso los más eruditos, tienen tendencia al tremendismo. No es para menos, porque los capítulos escatológicos del Evangelio parecen hechos para 2025, donde todo es tan temible como imprevisto. Al mismo tiempo, cuando uno sale a la calle, todo parece demasiado tranquilo para tanta truculencia.
Por eso, O'Brien resulta tan impresionante, porque supo describir la maldad que impregna este mundo, el suyo de principios de siglo y el de 2025.
Y en este ambiente, donde el veneno parece palparse, donde la fe, es decir, la confianza en Cristo, parece haber desaparecido de la faz de la tierra, en Roma, la capital de Italia, se elige al sucesor de Pedro y el vicario de Cristo en la tierra.
Y ahí es donde entramos en materia. Miren ustedes, si el próximo Papa, el sucesor de Francisco, es fiel a la doctrina, lo más probable es que acabe en mártir. Mártir sangriento o mártir ninguneado y despreciado.