El libro se titula Sexo y Matrimonio y el autor es Christopher West, que ha desarrollado la formidable Teología del Cuerpo, otra de las obras magistrales de San Juan Pablo II. Lo ha hecho al estilo gringo de preguntas y respuestas. A los yanquis les encanta que les hagas preguntas, es su muleta de pensamiento favorito. Un sistema del que a veces surge un churro o un círculo, que vienen a ser lo mismo, y otras surgen maravillas. Este libro pertenece al segundo caso.

West nos habla, entre otras muchas cosas, de la anticoncepción, que, al igual que la FIV, ha conseguido ser ‘normalizada’. Es decir, aceptada por la mayoría como algo bueno o, al menos, inviable, así es como hemos llegado al curioso distingo entre la contracepción y aborto, cuando lo cierto es que todos y cada uno de los anticonceptivos (salvo el condón, claro está) que se venden hoy en la farmacia, son potencialmente abortivos, pueden ser activos. 

En cualquier caso, el autor echa por tierra el presunto aislamiento de la Iglesia católica en contra de la contracepción. Podía era así, y no por ello tendría menos razón, pero resulta que la Iglesia no está sola a la hora de prohibir la anticoncepción: no lo está ni lo ha estado nunca. 

West recoge varios testimonios de renombrados señores, todos ellos conocidos como personajes amantes de la modernidad o exaltados por esa modernidad.

Theodore Roosevelt: “La anticoncepción es el pecado singular por el que la pena es la muerte de la nación y la muerte de la razón, un pecado por el que no hay perdón”

Atención, presidente norteamericano Theodore Roosevelt: “La anticoncepción es el pecado singular por el que la pena es la muerte de la nación y la muerte de la razón, un pecado por el que no hay perdón”.

Sigmund Freud, la mente sucia, que diría Chesterton, va más allá de Roosevelt: “El abandono de la función reproductiva es el rasgo común a todas las perversiones”.

Es más, “describimos una actividad sexual como perversa si ha abandonado la meta de la reproducción y persigue la obtención del placer como un fin independiente de aquel”.

El pacifista Mahatma Gandhi, tan alabado por todos los progres occidentales, no se quedaba atrás: “La anticoncepción es como poner un premio al vicio, hace irresponsables al hombre y a la mujer. La naturaleza no perdona y se vengará ampliamente por la violación de sus leyes”.

El pacifista Mahatma Ghandi: “La anticoncepción es como poner un premio al vicio, hace irresponsables al hombre y a la mujer. La naturaleza no perdona y se vengará”

Pero lo que más me ha llamado la atención es el muy progre The Washington Post, comentando una resolución del Comité Federal de Iglesias de América, una especie de Asamblea general gringa de todo lo religioso, quien en seguimiento de la Iglesia Anglicana (cómo no, piensa en el sí a la anticoncepción) dio el sí a la contracepción. Ojo al dato: “llevado a sus conclusiones lógicas, el informe del Comité haría sonar las campanas de la muerte para el matrimonio como institución santa, al establecer prácticas degradantes que estimularían una inmoralidad indiscriminada. La sugerencia de que el uso de anticonceptivos legales sería ‘cuidadoso y limitado’ es absurda”.

El igualmente progre Washington Post asegura que la píldora “establece prácticas degradantes que estimularán una inmoralidad indiscriminada”

Leer en el Washington Post lo de inmoralidad generalizada y lo de santo matrimonio me recuerda a su gemelo progresista, The New York Times, cuando comentaba las palabras de Geraldine Ferraro, candidata a la Vicepresidencia por el Partido Demócrata en las presidenciales de 1984: “Como católica estoy contra el aborto, pero no puedo prohibir a quien no sea católica a que aborte”. El New York Times no lo dudó un instante: Somos abortistas, señora Ferrero, pero su argumento no nos sirve. Es como si usted nos dijera que, como católica, no puede tener esclavos pero no puede negar a otro su derecho a tener esclavos. 

Además, tiene toda la razón: la píldora no era ni es una pequeña inmoralidad, de uso limitado. Lo que ha sido y es el anticonceptivo es un despendole generalizado y con un único objetivo: el fornicio indiscriminado.

Al parecer, la Iglesia no está sola.