El único consenso global existente en el mundo actual, donde coinciden creyentes y ateos, izquierdas y derechas, progresistas y conservadores... es que esto no aguanta. Este mundo del siglo XXI tiene fecha de caducidad, no se sostiene y cada cual, según su punto de visa, hace un análisis distinto pero con una misma conclusión: esto no puede resistir más, estallará. 

También discrepan sobre qué tipo de estallido será, pero la conclusión es la misma: el estallido está próximo porque ya tiemblan los cimientos.

El mal reconocido -esta sociedad no se sostiene- se puede situar en distintos escenarios. Los del cambio climático, mismamente, lo sitúan en el planeta en peligro, pero la conclusión es la misma: por mucho que nos esforcemos, esto se cae. 

En paralelo, a este diagnóstico unánime, los católicos debemos recordar que, aunque la creencia general sea de signo opuesto, no es que la Iglesia vaya como va el mundo, es que el mundo va como va la Iglesia. Y todo indica que la grave crisis actual de la Iglesia nos indica que estamos en puertas de la nueva etapa histórica, aquella que fue definida por el propio Cristo, que no puede engañarse ni engañarnos, de la siguiente guisa: "cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?". 

Y con todo respeto: no tiene mucho sentido intentar dulcificar el análisis con alusiones a los nuevos, sin duda pujantes y loables, movimientos que están reverdeciendo la Iglesia, o con las nuevas congregaciones repletas de vocaciones, o los nuevos hábitos -ejemplo, la adoración al Santísimo- que triunfan en una juventud en teoría descreída e indiferente. Todo eso está muy bien, sin duda, y Dios escribe derecho con renglones torcidos. Ahora bien, la desacralización de la Eucaristía, nudo gordiano de la Gracia, así como la terrible plaga de la indiferencia (ojalá fueras frío o caliente, pero como ni eres ni lo uno ni lo toro, "estoy para vomitarte de mi boca"), para cerrar con el imperio moral de la Blasfemia contra el Espíritu Santo, donde lo bueno es malo y lo malo es bueno, no hace posible otra conclusión: vivimos una etapa terminal, de fin de ciclo, en la Iglesia y en el mundo. Resulta inútil que lo nieguen: hay consenso global al efecto. Y el consenso es básico en democracia.

¿Qué tenemos que hacer? Lo mismo de siempre pero mejor, con espíritu de conversión diaria y de esperanza infinita. No debemos cambiar de lugar de residencia ni hacer 'cosa raras'. A lo que tenemos que dedicarnos es a vivir en otro mundo, en nuestro mundo, en el mundo del hablar con Dios, de continuo, según el único mandamiento de la Cristiandad: háblale a Dios con confianza... y Dios te responderá

La Iglesia y el mundo, que sólo es una continuación del Cuerpo Místico, ¿se encamina hacia la tumba? Sí, pero no olvidemos que la muerte no es más que el inicio de la resurrección porque en una de las sentencias más impactantes de Chesterton, recuerden que el Dios cristiano sabe cómo salir de la tumba.

Es hora de trasladarnos desde el destino a la providencia, desde el fatalismo a la esperanza.