Pues me temo que el obispo suizo Marian Eleganti -vaya nombrecito que arrastra el pobre- tiene razón. Poco a poco se va conociendo la verdad sobre la pandemia. Los propios laboratorios farmacéuticos, sobre todo Pfizer, el que más beneficio obtuvo del Coronavirus, también reconoce que jugó sucio con tal de forrarse al convertirse en el gran proveedor mundial de vacunas, que no eran vacunas y que sí tienen efectos secundarios, cuyo alcance final aún desconocemos pero con lo poco que conocemos... ya tememos.

Además, el Covid ha permitido que el totalitarismo avance y la libertad retroceda en todo el mundo. Cuando la gente tiene miedo, no le hables de libertad y, por tanto, tampoco le hables de justicia. 

Eleganti asegura que el Covid ha tenido muchos efectos secundarios -si dices esto ya no eres un negacionsita- pero, lo más relevante, Eleganti asegura que el papel de la Iglesia ante el virus resultó, como las fincas en Extremadura, manifiestamente mejorable. Se cerraron las iglesias y se suprimió la Eucaristía y ya se sabe que la Iglesia y por tanto el mundo, no puede sobrevivir sin la Eucaristía.

La Iglesia fracasó en la pandemia. Se asustó, con cobardía mundana, ante el virus y aceptó la cobardía de los poderosos del mundo. La Iglesia había mantenido muy poca confianza en Dios durante la gripe china

Este es el veneno que dejó la epidemia Covid y el propósito para el futuro debe ser firme: ¡Que nunca jamás vuelva a suprimirse la Eucaristía!

Y aún peor: que no se desacralice la Eucaristía... 'modernizando' la liturgia. Eso siempre termina en la adoración de la Bestia, el gran objetivo de Satanás, ser adorado en lugar de Dios, lo que supondría el punto final de la historia (no he dicho el fin del mundo, sino de la historia).

Sí, la Iglesia fracasó en la pandemia. Se asustó, con cobardía mundana, ante el virus y aceptó la cobardía de los poderosos del mundo. ¿Qué significa esto? Pues significa, nada menos, que los católicos no confiamos en Dios durante la pandemia. Y cuando se pierde la confianza en el Padre Eterno, cualquier cosa puede suceder. 

Insisto en la desacralización de la Eucaristía, que puede conducir a su supresión o, aún peor, a su sustitución por otro tipo de ceremonia. No, no hablo ahora de rito antiguo de Trento frente a rito moderno del Vaticano II. Eso no ayuda, desde luego, pero me estoy refiriendo a algo mucho más grave.

Un detalle: no es ningún secreto que faltan curas que administren los sacramentos, pero casi peor resulta que, algunos de los que no faltan, no crean en la transustanciación... al igual que algunos laicos que siguen yendo a misa los domingos tampoco creen. 

Faltan curas que administren los sacramentos, pero casi peor resulta que, alguno de los que no faltan, no crean en la transustanciación... al igual que algunos laicos que siguen yendo a misa los domingos tampoco creen

Digo esto, no porque me precie de conocer el interior de las conciencias, que en esta materia, ando poco ducho. Me guío, únicamente, por el comportamiento de algunos curas y algunos fieles en misa: si creyeran que en el pan consagrado está el mismísimo Dios no se comportarían con tanta grosería.

El propósito es simple: ¡Que nunca jamás vuelva a suprimirse la Eucaristía! Es lección que debemos aprender de nuestro lamentable y cobardón comportamiento frente al covid de 2020, que tan sólo podía provocarnos la muerte del cuerpo, poca cosa. Y si hay que enfrentarse para ello al poder civil y a al OMS... pues nos enfrentamos. 

No creo que quede mucho para que vuelva la idea de las catacumbas, cuando todo aquel que os quite la vida pensará hacerle un servicio a Dios. Pero, en el entretanto, enviemos a Tedros Adahnom, director de la OMS, a tomar por el saquete... mismamente.