Lo que llamamos verano en el hemisferio norte contrasta con lo que llamamos verano en el hemisferio sur... ¡Y viceversa! Sin embargo, esta estación del año, tanto en el hemisferio sur como en el norte, se convierte en un punto de inflexión entre el arduo trabajo y el merecido descanso, con efectos colaterales similares, ya sea que veraneemos en agosto o en febrero.

Si bien el verano es una etapa deseada y deseable, también puede convertirse en una pesadilla. Por ello, sugiero adelantarnos a estas dificultades antes de que nos sorprendan y nos hagan tropezar de maneras inimaginables porque, en estas ocasiones, la realidad siempre supera la ficción. Casi todos estos encontronazos tienen que ver con las relaciones humanas, especialmente las familiares. Sospecho que muchos de los que me leen son personas maduras intelectual, moral o vitalmente, y que asentirán con la cabeza ante estas reflexiones, porque todos saben que la familia es esa célula viva e indispensable para la sociedad, que muchos desearían ver desintegrada, y que cuanto más mayores seamos, sabemos que es donde nos jugamos el todo por el todo. Y también sabemos que, ante este tipo de crisis, los negocios, el dinero o la vanidad quedarán relegados a un segundo plano, ya que el matrimonio, los hijos y sus allegados (suegros, cuñados, primos) terminan enredándose entre sí y en muchas ocasiones con resultados indeseables.

Pero no nos engañemos, porque no solo las relaciones humanas son las que influyen en nuestra familia. También son importantes las decisiones familiares sobre el lugar en el que deseamos disfrutar del verano. Sugiero que lo primero a considerar al planificar las vacaciones es reconocer qué es nuestra familia hoy y cómo queremos que sea mañana. Por ejemplo, cuando decidimos el colegio de nuestros hijos, buscamos lo mejor para ellos y no solo que el profesor de matemáticas sea bueno y el de inglés sea ideal. Entonces, ¿por qué no aplicar el mismo criterio al elegir el destino de vacaciones? Si buscamos una educación moral y religiosa exigente, y queremos coherencia entre el hogar y la escuela, debemos ser conscientes de que una playa determinada, un ambiente chabacano o ciertas compañías pueden arruinar nuestros esfuerzos educativos. Y ni que decir tiene que esto es especialmente crucial si tenemos hijos en la pubertad o adolescencia.

Si me lo permiten, me gustaría advertir a los padres de un hecho casi siempre escurridizo y que tendemos a no tener en cuenta, y es que si lo que nos preocupa son nuestros hijos como un objetivo de nuestras vidas, más importante es el matrimonio en el que ambos son los únicos que podrán mantenerlo en pie. Porque si lo que nos preocupan son los hijos, más importante es el matrimonio, y esto es porque podemos ser como seamos y estar incluso muy seguros de lo que somos. Podemos pensar que nada nos afectará desde el exterior, porque cada uno somos conscientes -o eso creemos- de lo que somos y juzgamos que nuestro matrimonio es fuerte como una roca, pero, ¿recuerdas aquello que nos decían nuestros padres de “a ver con quien te juntas” cuando íbamos al cole a principio de curso?, pues sigue en vigor. Porque el ambiente que nos rodea sin duda influye en nuestra vida, quizá comencemos pensando que todo está bajo control, pero si visitas una playa, un camping, etcétera, donde las mujeres lucen su torso desnudo y los hombres miran como moscones, no dudes que terminarás haciendo lo mismo, ya sea para criticar, comparar o deleitarse, pero mirarás sí o sí, y esas miradas -y lo sabes- dejan un poso pringoso en la memoria, cuando no en la tarjeta SIM del móvil.

Si piensas que a tu edad estas cosas no te afectan, te recomiendo una visita al médico. Estas influencias afectan al matrimonio y, por ende, a los hijos. ¿Entonces, qué hacemos las familias que deseamos para nuestros hijos una educación en virtudes y una visión de la vida digna? Seguramente a la de moda no, ni tampoco a la de arena blanca y sedosa -que será la de moda-, y tendrás que buscar otros destinos menos cool y plantear planes alternativos a esos lugares, además te ahorras seguramente la mitad del presupuesto que te pedían en los sitios súperguays. Puedes hacer eso, o que tu familia se deshaga entre tus manos como un crocanti al sol de la costa, caliente, sudorosa y atractiva, rodeada de todo tipo de medusas en el rompeolas o sobre la arena de la playa. ¡Elige! Es un buen ejercicio de libertad responsable, donde las consecuencias son trascendentes y con las que tarde o temprano te interpelarán en la conciencia o en la cocina de casa ante las secuelas evidentes.

En conclusión, si deseas mantener la integridad de tu vida personal, la de tu matrimonio y la de tus hijos, cuídalos en verano como lo haces en invierno, sin importar en qué hemisferio vivas.

Doce hábitos para un matrimonio saludable (Rialp), de Richard O. Fitzgibbons. Desde un planteamiento realista y una visión cristiana, el autor analiza la naturaleza del matrimonio, muestra las principales causas de los problemas que surgen así como su posible solución. Cada capítulo está dedicado a uno de esos conflictos matrimoniales. Con amenidad, ejemplos prácticos y anécdotas, el texto ofrece un variado repertorio de posibles soluciones a las diferentes dificultades de la vida matrimonial.

Guía para ser buenos padres (Toro mítico), de Fernando Alberca. Una guía amable y completa de los recursos muchas veces inexplorados que nos acercan a nuestros hijos, al matrimonio y a nuestro entorno donde se juega nuestra vida y la de los que nos rodean. Un texto muy accesible, con un juego literario que nos hace amena la lectura y la comprensión más allá de nuestras posibilidades.

No tengas miedo a decir no (Palabra), de Osvaldo Pol.  En educación, la firmeza es una virtud cada vez más necesaria. Para crecer y madurar, los hijos han de atravesar por la experiencia de la renuncia, del esfuerzo y del sacrificio. Y para ello no hay que tener miedo a ejercer la autoridad y a decir no cuando lo exija su bien. El verano, lo sabemos bien, es una época que nos pone a prueba a todos.