Hombre, pues no deja de ser simpático lo que me ha ocurrido. Hablo con un ejecutivo, hombre de mundo, del siglo XXI, al que cualquier alusión a profetas religiosos le provocaría una gran risotada. Él se guía por el análisis de sus pares, directivos de empresa que convienen en la frase favorita de Emilio Botín: "lo que no son cuentas, son cuentos".

Pues bien, de repente, a nuestro hombre, ya sesentón, se le nubla el rostro y me habla de un cierto consenso de ejecutivos, según el cual “cada vez son más los que piensan que va a haber una guerra mundial en 2025". Ni en 2024 ni en 2026: justamente en 2025. ¡Toma ya!

¿Razones? Desde luego, ninguna que mencione el concepto de pecado, el de una sociedad degenerada, de violencia creciente, donde cualquier estallido bélico semeja una consecuencia natural de la violencia latente en las sociedades en paz y no algo extraordinario, sino una prolongación bélica del día a día civil que, casi por reacción natural, estalla en enfrentamiento violento. 

Este sentimiento de fin de ciclo ha ido creciendo después de la invasión rusa de Ucrania, que antes que cruel resultó inesperada, al menos para Occidente. 

Pero sigamos con la argumentación de nuestro muy laico personaje: está claro que la retahíla de guerras que se están desarrollando en el mundo, y que parecen multiplicarse, al igual que la violencia no-bélica, tiene que llevar a una conflagración mundial en 2025. Guerra mundial es la traducción que los ejecutivos hacen de lo que, en otros ambientes, se conocería como Fin del Mundo, Juicio de las Naciones, Gran Tribulación o Fin de la Historia (éste último en ambientes más académicos, desde Francis Fukuyama). Sobre todo, porque, para un ejecutivo, gente no especialmente culta, una tercera guerra mundial sería la última guerra que acarrearía el fin de nuestro mundo, dado que supondría la destrucción absoluta de todo, como poco, un volver a empezar.

Lo cierto es que la sensación de fin de etapa es general... ¡incluso entre los ejecutivos! Y no en plan final pacífico y ordenado, sino en modo estallido, bélico o telúrico

La verdad es que, en un primer momento, me dieron ganas de reír y no de argumentar, porque las predicciones de esos profetas del siglo XXI a los que mi interlocutor desprecia, son exactamente las mismas que las de los sesudos analistas de los que él me habla. Eso sí, hay, cuando menos, dos notables diferencias entre los profetas religiosos y los profetas laicos. Bueno, tres, si añadimos el origen de esa posible conflagración mundial. Para los laicos, sencillamente, la tragedia anunciada no tiene un origen claro ni una motivación definida, simplemente no hay origen, hay consecuencias. Para el profeta religioso el origen está en el mencionado pecado del hombre. Para el profeta laico se trata de una conflagración mundial, posiblemente nuclear, biológica y terrorista… Y quién sabe cuántas cosas más. Para el profeta religioso, aunque no desecha esa posibilidad, y aunque el propio Papa Francisco hable, atinadamente, de la III Guerra Mundial por trocitos, la que se desarrolla ahora mismo, lo por venir sería, para la mayoría de los augures religiosos, una catástrofe natural, probablemente producida por algún hecho astronómico, que provocará la gran oscuridad.

Si lo prefieren, el profeta religioso habla de esa misma tercera Guerra Mundial, pero sobre la cual se superpone un desastre natural, mucho más determinante que la guerra.

Pero la diferencia más importante no es esa: la diferencia más relevante es que el profeta laico no está en el diagnóstico sino en la terapia. Mejor: el profeta laico no tiene terapia, simplemente se desespera: llega al Apocalipsis, bélico, climático y probablemente con ideología de género, y yo no puedo hacer nada frente a él. Al menos, lo que pueda hacer nunca resultará suficiente. Bueno, podemos amortiguarlo a costa de volver a la caverna y a costa de renunciar a todos mis principios y condiciones, pero poco más.

Y si el fin está próximo, ¿qué debo hacer? Pues lo mismo que haces ahora, sin moverte de tu sitio. Eso sí, confía un poquito más en Dios

El profeta religioso, si no es iluminado estúpido, sino en verdad un hombre de Dios, aconseja que lo que hay que hacer ante la presunción de lo que viene es abandonarte en manos de Dios, Señor de Cielos y Tierra y ser conscientes de que estamos hablando de un Dios que es amor, misericordioso, pero también justo, que ha creado el hombre libre y que la libertad conlleva responder de tus propios actos. Justo y misericordioso, todo el tiempo.

¿Qué hacer? Exactamente lo mismo que hago ahora, sólo que mejor, con más confianza en Cristo. Algo así como aquella vieja fórmula que escuché a un sacerdote: "Aunque todos los sabios del mundo me digan lo contrario, yo sólo confío en Ti, Dios mío”.

En cualquier caso lo que me he podido reír con la profecía laica de un importante ejecutivo español: en 2025, III Guerra Mundial.

Y a todo esto, ¿usted piensa que el fin está próximo? Yo pienso que el Fin del Mundo no, pero la Gran Tribulación sí. ¿Y qué va a hacer? Lo mismo que estoy haciendo ahora pero intentando aumentar mi confianza en Dios.