La hematohidrosis (sudoración de sangre) se produce ante situaciones de angustia extrema. También puede provocar el encanecimiento repentino de los cabellos y, en ambas manifestaciones, supone una ratificación de al esencia humana, porque el hombre, es un ser anfibio de cuerpo y alma, de materia y espíritu, si lo prefieren. Somos una mezcla inseparable de ambos, tan inseparable que cuando el cuerpo se separa del alma, se muere. El alma no, que no hay amenaza de matarla... porque es espíritu, no tienen principio ni fin y, por tanto, no se puede separar en trozos, no puede morir... es eterna. Y todo lo que le ocurre al cuerpo lo sufre el alma y viceversa. Las desgracias producen úlceras y los dolores de muelas provocan mal humor.
Me encantan estos tiempos en los que vivimos, porque, sueltas lo que acabo de soltar, una obviedad como ésta en la Edad Media, incluso en el siglo XIX, incluso en la primera mitad del siglo XX, y hasta los anbalfabetos te hubieran mandado a paseo por explicar obviedades. Por contra, hoy, en nuestro tecnológico siglo XXI, lo sueltas y parece que sabes más que Lepe, Lepijo y su hijo. Eso sí, nadie te hará el menor caso.
En Getsemaní (o sea, un lagar de aceite, un olivar), Cristo sudó sangre. Dicen los místicos de fuste, que hubo dos pasiones: la del Gólgota y la del olivar de Getsemaní. En este sufrió más el alma que el cuerpo pero, ¿quién ha dicho que los sufrimientos del alma son más llevaderos que los del cuerpo? Los poetas no lo creen.
Pero atengámonos al sentido de la vista. En la película La Pasión de Cristo, del insigne Mel Gibson, película debería ser de obligado visionado cada Viernes Santo, las escenas más impresionantes llegan con la flagelación. Como en tantas otras escenas de la Pasión de Cristo, Gibson sigue el guión de la beata (¿Cuándo la van a hacer santa?) Catalina Emmerich, la enferma y tullida más eficiente de toda la edad contemporánea.
Catalina habla de que los flageladores de Cristo eran mercenarios acostumbrados a las feroces fiestas carnavalescas de los antiguos escitas (sí, los ucranianos de hoy) y otros pueblos sometidos por Roma, cuya diversión favorita consistía en convertir en rey a un prisionero durante unos días, momento en los que se le permitía vivir una orgía de mujeres y alcohol... previa a su flagelación y asesinato, a guisa de fin de fiesta. También a los legionarios romanos este tipo de festividades les molaba mucho. La flagelación, humillación , coronación de espinas y tratamiento de Jesús como un Rey de lo judíos, del que mofarse y al que golpear, era una de las diversiones favoritas de la soldadesca.
Jesucristo fue crucificado por orden del gobernador imperial Poncio Pilato y con la connivencia de los rectores judíos, un viernes 7 de abril del año 30, en las afueras de Jerusalén... que hoy ya no son afueras. Ahora bien, la magnitud de la ofensa se mide por sí misma pero también por la relevancia del ofendido. Cuando pecamos ofendemos a Dios. Por eso resulta tan terrible la frase de Pablo VI: "el pecado del siglo XX es la pérdida del sentido del pecado". Una pérdida que podríamos resumir así: "No existe el pecado, sólo son errores". Pues bien, si no existe el pecado, si solo existe el error, el hombre no es libre, no puede eligir entre el bien y el mal ni se le puede juzgar por ello.
Viernes Santo es llorar, creer y orar.
La cuetión no es baladí porque, en la actualidad, los confesionarios crían telerañas y los curas tienen miedo a confesar. Pérdida del sentido del pecado y mucha soberbia para reconocer nuestras faltas. El resto del mundo presente, que no es para estar orgulloso, precisamente, viene por añadidura.
Viernes Santo. Fue Poncio Pilato quien condenó, o permitió que los fariseos y los sacerdotes condenaran, dado que no hubo sentencia, a Cristo a pena de muerte. Los evangelios insisten en que, al menos por dos veces, el gobernador intenta convencer a los sumos sacerdotes de que no hay en aquel hombre causa alguna de muerte. Vamos, que el bueno de Pilatín era un filántropo que intentaba salvar a Cristo... 'ma non troppo', porque cuando le dicen que si suelta a ése no es amigo del César, el chico se lava las manos, en sentido literal y en el otro sentido.
Pero conste, queridos amigos, que Pilato era un solidario. Yo estoy seguro de que Zapatero, o Sánchez le habrían fichado, ya lo creo que sí.
Sin embargo, fue don Poncio, no Caifás, ni los fariseos, ni los escribas, los que han pasado al mismísimo Credo, en ambas versiones, como lo peor de lo peor: como aquel que pudiendo evitar la maldad, no la evita, por miedo o por un democrático espíritu de diálogo con el adversario, quizás por pura diversidad. A quien se le ha otorgdo poder debe utilizarlo para el bien. De otra forma, se convierte en el peor de los culpables, el peor de los reos. A más poder, más responsabilidad. Pilatos no quería matar a Jesucristo, pero fue peor que Caifas, que sí quería... porque habiendo podido evitarlo tuvo miedo y lo permitió. ¡Ay de los jueces que condenan a inocentes! ¡Ay de los legisladores que promulgan leyes injustas!
¡Que la maldición caiga sobre aquéllos a los que se les ha dado el poder y no lo ejercen para el bien! Al parecer, son más culpables que los malos.
En el entretanto, recuperemos el sentido del pecado.